Crítica de Teniente corrupto


Sinvergonzonería y drogas 1 2 3 4 5
Escribe Ferran Ramírez



Cartel de Teniente Corrupto
Por regla general, un remake siempre se atañe a ciertas normas: o bien es una nueva versión inconfesa (muchos dirían inspirada) o es un remake bastante explícito de la película que versiona. Pero todo lo contrario sucede con el caso que hoy nos ocupa. Teniente corrupto toma el mismo título de su antecesora, el filme de Abel Ferrara de 1992 protagonizado por un enorme Harvey Keitel, coge prestadas cuatro ideas y todo lo demás viene nuevo de trinca. ¿Por qué entonces adjudicarle el sambenito de remake cuando pocas personas hubieran sospechado de plagio habiendo visionado los dos filmes? Hemos de suponer, pues, que se trata más de una operación de marketing que de un remake hecho a conciencia.

Teniente corrupto por cambiar, cambia hasta la situación contextual de sus personajes. Nos situamos en medio de los barrios más devastados y más marginales de Nueva Orleans después del paso del huracán Katrina. Cuando nos adentramos en el paisaje, descubrimos un cuerpo de policía totalmente corrompido y desairado, que maneja las calles a su antojo, y que todo acto que realiza esconde un egoísmo implícito. Y dentro del equipo de hombres con un uniforme que se traduce en hastío, está Nicolas Cage, quien se mete el rol en el bolsillo encarnando al policía corrupto que honra el título de la propuesta. Todo el histrionismo, la sinvergonzonería y la sobreactuación que suele utilizar Cage para sus composiciones aquí se encuentran perfectamente justificados. Tanto es así que uno piensa que su personaje ha sido diseñado a la medida de un hombre de proporciones imperfectas.


Nicolas Cage en Teniente corrupto

Y después tenemos a Werner Herzog, en su retorno a la gran pantalla. A todos sorprendió en su día que el mítico realizador se decantara por hacer una versión de un filme pequeño, aunque muy interesante de Ferrara; contara con Cage de protagonista, junto a una bella Eva Mendes; y se lanzara a alterar las normas que proponía el filme seminal para acabar rodando una comedia negra descarada y descarnada a partes iguales que opta por ceder a las convulsiones alucinógenas de su protagonista –pues empieza a observar profusión de reptiles a su alrededor-, transformar lo pesadillesco en algo físico y hacer de ello una divertidísima caricatura de la drogadicción y los excesos, aunque lo que esté contando se haya teñido de putrefacto desde la primera secuencia que encuentra el espectador.

Su condición de filme esperpéntico, aliñado con vitriolo y unos personajes aún más rizados todavía, no tiene desperdicio. Y es que Herzog debía tener muy claro en su cabeza el tipo de filme que quería hacer puesto que pese a las continuas distorsiones y arritmias varias, la cadencia de la obra se mantiene a flote y en perfecto estado. Teniente corrupto resulta estilizada por un lado, grotesca por otro. Equilibrada en algunas secuencias, descompensada en las demás. Madura por momentos, de inteligencia naive en ciertos pasajes… Y sin embargo, su conjunto resulta metódico y bien trazado; con una coherencia expositiva interna que hace malabares para cuadrar lo imposible a través de una correcta eficacia, que no notable. Pero, teniendo en cuenta que sus dos horas de trama de montaña rusa ofrecen altibajos y giros inesperados que persiguen la contradicción, el resultado final se mantiene dignamente como un ejercicio de divertimento obsceno que merece ciertas atenciones.



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