Crítica de Tulpan


La naturaleza y nosotros 1 2 3 4 5
Escribe Carlos Losada

Cartel de Tulpan
Que se estrene por estos lares una película del Kazajstán, resulta cuando menos interesante, y hasta diría que muy necesario. Sobre todo por el aire nuevo que nos ofrece, por su precisa mirada sobre la naturaleza en su relación con quienes viven pegados a ella, y por la aportación que al cine de ficción hace un experimentado documentalista, su director Sergey Dvortsevoy, a través de un guión tan idóneo como sincero y en muchos momentos atípico e impecable.

La historia de Asa –un natural y expresivo Askhat Kuchinchirekov, como son los actores natos que saben lo que hacen por intuición y observación- es tan primitiva y sencilla como el mundo en que vive. Licenciado de la marina, aspira a ser un pastor nómada en las estepas, como sus padres, como su hermana y su cuñado, para lo cual necesita casarse, y así el gobierno le asignará tierras y animales de pastoreo. Y quiere casarse con Tulpan, hija de pastores, cuya madre aspira a una suerte distinta para su hija. La película se abre con la petición de mano, a los padres, con la ayuda de su cuñado Ondas, y de un amigo. Los regalos, las intenciones y casi la negativa, pues tienen que pensarlo y consultar a Tulpan.

Y he aquí uno de los aciertos del film: nunca vemos a Tulpan. Ente otras cosas porque le rechaza –que tiene las orejas grandes, y en la próxima visita Asa les muestra fotos del príncipe Carlos de Inglaterra, para que comparen, vamos-, y es que en el fondo la que manda es esa madre posesiva y dominante –que casi no dice palabra-; y si en una ocasión que Asa habla con ella, con puerta interpuesta, a la que consigue abrir un resquicio, intuimos su pelo, nada más. Y es un gran acierto porque ayuda al misterio de unas tierras tan inabordables como lejanas y sujetas prácticamente a leyes medievales que persisten hasta hoy en las estepas del Kazajstán.

TulpanNo ver a Tulpan supone espolear nuestra imaginación, tanto como ya la tiene Asa, e interesarnos por lo que ocurre en esa naturaleza esteparia, con los torbellinos acercándose a los protagonistas, con las ovejas dominando sus vidas y hasta su filosofía de las querencias y necesidades. Todo mostrado por una cámara que tiene la maravillosa virtud de ofrecernos los acontecimientos como si estuviéramos allí, como si fuésemos los testigos de cuanto acontece. Y ahí está ese magnífico plano secuencia, largo, angustioso, tierno y humanísimo, del nacimiento del cordero, en el cual interviene Asa insuflando aire en la boca del recién nacido para que viva. Sólo por esta imborrable secuencia merecería la pena que se hubiera rodado Tulpan, y nosotros poder disfrutarla y emocionarnos.

Hay otra cualidad a tener en cuenta: la casi telúrica fotografía –de Jola Dylewska, siempre en el lugar y momento justo; no hay duda que Sergey Dvortsevoy sabía a quien escogía para ese menester, pues el documental propicia esta sabiduría- que nos parece envolver con su luz y sus distancias de polvo y sombras, con los animales vagando, esas ovejas, las escuálidas vacas, los camellos altivos, las motocicletas renqueantes, el lejano horizonte esfumado. Y ocurre igual cuando estamos en el interior de las yurtas, porque nos percatamos de los detalles propios de esta cultura y hasta de su estructura, envueltos en los cantos de los hijos de la hermana de Asa, que a veces semejan nanas que nos arrullan; si bien pudieran parecernos monótonas. Así como las interminables correrías del niño con su caballo de palo, aprendiendo, divirtiéndose… Y la estupenda secuencia final, la mudanza a otro lugar de la estepa, que viene a demostrarnos que la vida debemos conjugarla en presente.

TulpanViendo películas así, donde estamos dentro de la naturaleza, casi absorbidos por ella, salimos convencidos que el cine todavía existe, que tiene originalidad y prestancia, y que nos la puede mostrar. Para nuestros sentidos, habituados a otros ritmos y pautas, tal vez incurra en el simplismo, y a veces en la repetición; pero no debemos dejarnos engañar: el cine lo es por la fuerza y el testimonio de las imágenes que lo conforman, aunque no sean del todo perfectas, y sí contengan una dosis de humor e ironía que ayudan en nuestra relación diaria con la naturaleza, sobre todo si dependemos de ella para subsistir.

Digamos que Tulpan es totalmente recomendable para cualquier ser humano que comprenda la naturaleza, sus vaivenes incluidos, y su entronque, más que necesario, imprescindible, con nuestras vidas. Porque la naturaleza y nosotros somos animales simbióticos. No dejéis de verla.



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