BAFF (30 abril – 9 mayo BCN): Primeros días

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12º Festival de Cine Asiático de Barcelona



Apertura potente

Por Ferrán Ramírez



El primer fin de semana del Festival de Cine Asiático de Barcelona abrió sus puertas este año de la misma manera que las ha abierto los últimos años: a lo grande. Largas colas que se agolpaban en la salida de los cines donde se proyectaban los filmes del Festival, ciertas confusiones en cuanto a las presencias de este año, y un cierto arqueo de cejas al comprobar que quizás acumula más méritos el resto de secciones que la Sección Oficial a competición fueron las señas de identidad de los primeros días de exhibición.

5 centimeters per secondEl sábado a primera hora de la tarde se presentó, fuera de concurso, un delicioso anime que nadie que tenga la oportunidad de verlo debería perdérselo. Estamos hablando de 5 centimeters per second, título que hace referencia a la velocidad de la caída de las hojas en flor del cerezo, una de esas maravillas animadas que explica, mediante tres capítulos separados y mediante tres personajes que conforman un vínculo triangular, la historia imposible de un amor preadolescente cuyo recuerdo perdurará para siempre en la memoria del protagonista, que a su vez, lastrará la posibilidad de otro amor realizable.

Se trata de una love story, sensible y preciosista, cuidada hasta el mínimo detalle, que opta por una torpedera de fotogramas por segundo (al igual que la velocidad descrita en su título) para construir un magnífico montaje de imágenes poderosas que acompañan este emotivo relato. Supone el tercer largometraje de animación de su director, Makoto Shinkai, y seguramente su historia más perfecta. Pese a su corto metraje, sesenta y dos minutos le bastan a su realizador para manejar una compleja estructura en la que domina la elipsis cinematográfica, y donde se dan cita los grandes temas como la soledad, el amor o el tiempo perdido.

Weaving girlDespués de esta pequeña joya japo, la jornada se tiñó de seriedad con la proyección de la china Weaving girl (algo así como La tejedora), primera película de la Sección Oficial a competición que empezó con cariz tremebundista. Narra la historia de una joven, casada con un buen hombre a quien nunca ha querido, que se gana su buen pan como tejedora de una de esas fábricas donde inacabables hileras de mujeres ofrecen al día sus ocho horas de vida a cambio de un miserable salario. Un día, descubre que padece cáncer. A sabiendas de su precaria situación económica, la muchacha empieza a aceptar que no podrá costearse el tratamiento médico y decide, en sus últimos días, visitar a un antiguo amor de juventud.

El filme, dirigido por Wang Quan’an, arranca con una fuerza visceral para describir el panorama de estas tejedoras. Sus primeras secuencias son de una terrible veracidad, plagadas de primeros ―y brutales― planos, como si estuviéramos presenciando el equivalente asiático de Ken Loach. Además, el verdadero motor de Weaving girl reside en su actriz protagonista, excelente a todas luces, quien se convierte en la auténtica razón de ser de este filme. Pronto descubrimos que la película, transcurridas las pertinentes explicaciones iniciales sobre la situación económica de la familia central y su república, decae sin posible remisión. Una ñoña, y cansina, historia de ¿amor? escondida tras largos silencios y unos no menos largos planos que se pretenden trascendentes borran la sensación tan lograda de desasosiego que se podía palpar en el aire en los inicios de su metraje.

Resulta loable, sin embargo, la atención que su director le pone a la ilustración de las maquinarias industriales y al trabajo mecanizado, así como a los ambientes miserables de familias que sobreviven a la falta de recursos. Si bien el filme funciona como oda social, perece en su intento de ser una historia mucho más intimista.

ParadeLa segunda película en competición por el preciado Durián de Oro fue Parade, una muy freak aunque interesante obra en su conjunto acerca de las personas que nos rodean y sus verdaderas identidades. Premiada en el Festival de Berlín de este año con el Premio FIPRESCI, supone toda una rareza que empieza como una comedia adolescente de poca monta encadenando las personalidades de una pandilla de jóvenes inútiles que comparten piso. Progresivamente, el filme experimenta una poderosa mutación que va desde el gag facilón, hasta el cine de misterio, basculando entre el melodrama y la comedia ligera, para cerrar con una conclusión argumentalmente inverosímil, pero metafóricamente importante.

Isao Yukisada, realizador japonés que ya ha acumulado doce filmes en su haber, nos propone una reflexión sobre el conocimiento de los demás y de uno mismo a través de esta alambicada historia, que, por momentos, roza lo grotesco o lo histriónico, aunque sabe construir una obra redonda, francamente sorprendente, que no deja indiferencia posible. Se trata de un filme contradictorio, lleno de matices que tardan en desnudarse, profundamente desigual aunque interesantemente intenso a partir de las relaciones de cinco personajes que comparten morada. Todos esconden secretos, todos llevan una vida oculta tras sus rostros afables. Es en este juego de máscaras que el director encuentra su piedra filosofal para darle valor a su trabajo.

IndependenciaDentro de la sección Focus Sudeste Asiático, se presentó un filme que ha venido dando voces por donde ha sido exhibido. Se trata de Independencia, la penúltima obra de Raya Martin, director filipino que este año goza de presencia privilegiada en el festival, puesto que también presenta su díptico, Manila, hecho en mancomunidad con Adolfo Alix. A Martin ya le pudimos ver el año pasado también asomar la cabeza en el certamen.

Independencia fue presentada ya en el último Cannes, dentro de la sección Un certain regard. Se trata de una obra arriesgada y bizarra, increíblemente hipnótica, sobre la huida de una familia filipina a la selva en el momento en que los norteamericanos están a punto de invadir el país. Allí, se establecerá esta familia, que perdurará varios lustros en mitad de la selva, aprendiendo a desarrollar nuevas facultades que permitirán la subsistencia en un medio agreste.

Imitando por momentos el cine mudo, encontramos que la obra fusiona ciertos pasajes de falsos documentales con la narración principal. Se trata de una fábula rodada en blanco y negro, con espectrales decorados y un uso excepcional del claroscuro que parece reverberar el cine expresionista en su mejor grado. Independencia es una de aquellas piezas que no pueden por menos que ser alabadas, aunque sólo sea por proponer un bizarro experimento, plagado de intenciones ocultas en sus imágenes.

Con sólo 26 años, Raya Martin demuestra tener un poder de exposición visual insólito que despliega en una hora y cuarto de historia. No sólo logra una obra profundamente estética sino que logra que conjugue las emociones humanas más extremas en un medio no menos extremo que puede dejar perpleja a más de una sensibilidad. Sin duda, todo un acierto del festival.


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