Crítica Io, Don Giovanni


Siempre nos quedará Mozart 1 2 3 4 5
Escribe Marcial Moreno

Io, Don Giovanni

No es fácil trasladar la ópera al cine. Algunos de los maestros más reconocidos (Bergman, Losey...) lo han intentado con un resultado que no sobrepasado nunca la discreción. Cuando la dificultad se reconoce y asume la tarea se limita a poner la cámara frente al escenario y transmitirnos lo que allí ocurre. No se trata entonces de cine sino de ópera filmada. La cámara equivale al ojo del espectador que ocupa la butaca, diluyéndose la tarea cinematográfica en favor del lenguaje y los límites que el espacio teatral impone.

Io, Don GiovanniCarlos Saura afronta la dificultad e intenta fusionar de manera original ambos medios. Su repaso a los distintos géneros musicales y su traslado al cine (en unos casos con más fortuna, en otros con no tanta) le abocaba de manera casi ineludible a la ópera como destino final de su recorrido. Recientemente ya había tenido la oportunidad de entrar en contacto con ella a través de la puesta en escena que realizó de Carmen para el Palau de les Arts de Valencia. Ahí ya se vio que el dominio del espacio cinematográfico no garantiza que se vaya a dominar también el escenario. Queriendo utilizar la fórmula repetida en sus películas de paneles luminosos que crean atmósferas desnudas, irreales, pero al mismo tiempo cálidas, la ausencia de la cámara que selecciona y encuadra convertía la escena en un tumulto abigarrado, artificioso y, en definitiva, fallido.

La opción con Don Giovanni es diferente. Pretende contarnos la vida de Lorenzo Da Ponte, el libretista de Mozart, como trasunto real de lo que en la ópera acontece. Conceptualmente sería algo así como mostrar la conexión del discurso operístico con la realidad, mostrar su reverso para salvar la supuesta brecha que lo separa del contexto en el que ocurre. Como cualquier otra expresión artística la ópera sería también expresión de su época. Un primer paso hace una ópera popular.

Desde esta premisa el trabajo de Saura es, por una parte, seleccionar aquello pasajes más significativos (más conocidos diríamos) de la obra de Mozart y por otra forzar la biografía de Da Ponte para establecer el paralelismo entre ambas.

Io, Don GiovanniDos riesgos amenazar este planteamiento, y a ambos sucumbe el director. El primero construir un personaje al que no se le otorga vida propia, sino que viene diseñado por un planteamiento previo y externo que lo atenaza y desdibuja. Por mucho que se empeñe Saura, Da Ponte no es Don Giovanni, y aunque se apoye a veces en Casanova para completar su figura el resultado es un protagonista sin identidad definida, una especie de espectro que deambula por la pantalla sin despertar el menor interés. Como justa correspondencia Don Giovanni también se ve afectado por este paralelismo. Asimilarlo a Da Ponte (al Da Ponte que Saura nos muestra) equivale a hurtarle parte de la vertiente canalla que en la ópera posee, incluso su dimensión fatalista, la cual no puede ser salvada simplemente con repetir una o dos frases que lo proclaman cuando al mismo tiempo se nos está obligando a identificarlo con el insulso libretista.

El resto del elenco resulta tan prescindible como todo lo demás. Las disputas entre divas operísticas, los amores de quita y pon o las intrigas palaciegas, amén del recurrente tópico vertido sobre el personaje de Mozart, no logran despertar el más mínimo interés, no consiguen vencer la barrera del tedio.

Carlos Saura, director de Io, Don GiovanniLa aclamada puesta en escena (fotografía de Storaro incluida) también resulta cuanto menos discutible. En aras de la identificación entre ópera y realidad Saura hace un diseño muy teatral de la historia de Da Ponte, Mozart, Salieri y compañía. Es como sí la ópera absorbiera no sólo las mentes sino la vida los espacios de estos personajes, como si nos diera a entender que su existencia misma es una función operística, situándolos así en un marco de cartón-piedra con tintes marcadamente artificiales. Con ello se consigue, concedámoslo, esa identificación, pero al mismo tiempo se redunda en el descarnamiento de la historia que se nos cuenta, en el empobrecimiento de los personajes, en la distancia entre estos y la realidad. Por tanto el punto de partida, la conexión entre la ópera y la vida, queda devaluado a fuerza de masacrar a esta última.

No es fácil trasladar la ópera al cine, y esta película lo confirma. Tanto que al final su atractivo se limita a esperar el aria siguiente. Pero para eso mucho mejor un disco. Y con mucha más continuidad.


Comentarios

  1. Hace ya mucho tiempo que Carlos Saura se ha perdido en esos ejercicios de esteticismo.

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