Crítica London River

Repoblación forestal y social    1  2  3  4  5
Escribe Ángel Vallejo

London River

El estreno con cierto retraso del cuarto largometraje de Rachid Bouchareb, realizador medianamente conocido en España por su reciente Days of glory, parece haber sido puesto en pantalla como una especie de anticipo de la que será su nueva película, Fuera de la ley, que provocó gran controversia política en Francia a raíz de su proyección en Cannes.

Fiel a su estilo reivindicativo, esta suerte de Ken Loach argelino narra la historia de dos familiares de supuestos desaparecidos en los atentados de Londres de 2005, desde una perspectiva pretendidamente intimista y emotiva, pero lejos de toda inocencia o neutralidad política. No, no es que Bouchareb justifique en ningún caso semejante acto de barbarie… lo que sucede es que se las apaña para arrimar el ascua a su sardina y con la excusa de aquellos sucesos, traza un retrato de la inmigración británica que no tendría por qué ser especialmente simplista y bucólica de no ser porque lo enfrenta a una caricatura de la sociedad británica que quizá sea la que no haga justicia.

Subrepticiamente, sin dejar de remarcar que los terroristas eran ciudadanos británicos de pleno derecho, e introduciendo metáforas cuya malicia se oculta a los legos, Bouchareb muestra cómo la metrópoli londinense se ha convertido en un crisol de culturas floreciente en su diversidad que no resulta del gusto de los viejos colonialistas. Así, son éstos los caricaturizados en el personaje de Elisabeth, madre de una supuesta víctima, anclada en un pasado clasista simbolizado en la lejanía rural de la metrópoli incapaz de adaptarse a la realidad que su propio imperio acabó propiciando. Un papel que por cierto, está estupendamente interpretado por Brenda Blethyn, de lejos lo más creíble del film. La réplica se la concede un enorme (en todos los sentidos) actor malí, Sotigui Kouyaté, recientemente fallecido, que con su interpretación minimalista pero emotiva consigue transmitir toda la bondad intrínseca, connatural e irrenunciable que según Bouchareb parecen atesorar todos inmigrantes sin excepción, cualquiera que sea su procedencia.

London river

Éste es quizá el único pero que puede ponérsele a una película que por lo demás puede considerarse estimable: un retrato un tanto forzado en sus antagonismos que acaba por suavizarse durante el metraje, como para no cargar las tintas sobre unos personajes que al fin y al cabo también son víctimas.

Y es que Bouchareb no elude la crudeza de la ansiedad que acaba por producir el desgarro emocional de los personajes, con lo que nos gana para su causa: realiza un estremecedor recorrido por el proceso de búsqueda de los desaparecidos, con sus paradas en los hospitales, las morgues y las comisarías de policía, sin dar más tregua que la de la incipiente amistad entre dos personajes que en un principio no se comprenden, pero que acaban por descubrir sus lazos comunes.

Todo lo demás es agradablemente ligero: el metraje justo; las líneas de diálogo cortas; cierta intensidad emotiva pero sin empalagos y un resultado final que no por esperado resulta insatisfactorio. Una película nada pretenciosa sobre un tema demasiado dado al exceso, que sin embargo no acaba de convertirse en definitiva ni memorable.


Antes hablé de metáforas maliciosas, aunque quizá fuera mejor hablar de sarcasmo, dado que la idea no tiene nada de reprobable: Ousmane, el personaje de Kouyaté, es un agente forestal que ama los olmos, una especie amenazada en Europa debido a la profusión de un hongo procedente de Holanda. El método elegido para evitar su extinción es importar árboles orientales, fundamentalmente de África y Asia occidental, con lo que se conseguiría que los ejemplares envejecidos o enfermos dejaran paso a otros nuevos, más vigorosos. Toda una declaración de intenciones de un autor reivindicativo del mestizaje, quizá uno de los pocos caminos posibles.

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