María Schneider, réquiem por un tango

Ayer murió en París María Schneider, actriz francesa recordada por su papel  junto a Marlon Brando en El último tango en París de Bernardo Bertolucci. Tenía 58 años.

Acababa de cumplir los 20 cuando Bertolucci dio con ella entre cientos de aspirantes a la partenaire de Brando. Un rol que despertó una fama de mujer lasciva que la persiguió de por vida. Quizás por eso la actriz siempre se refirió al film que le llevó a la fama como un capítulo oscuro de su vida. Lo cierto es que la joven parisiense, que era hija no reconocida del actor Daniel Gelin y fue criada por su madre, la modelo Marie-Cristine Schneider, debutó a los 15 años sin haber recibido ningún tipo de formación actoral y, como suele ocurrir en los mitos de tierna edad, no acabó de ser consciente del torbellino en el que entraba al protagonizar las primeras escenas de sexo explícito rodadas en plano secuencia y sin elipsis. 



Su primer papel fue en El árbol de Navidad de Terence Young, y durante los 70 protagonizó títulos de Réné Clément (Jeune fille libre de soidre) o Michelangelo Antonioni (El reportero). Su carrera se alargó hasta los 80, época en que hizo Balles perdues de Jean-Louis Comolli y Merry-go-round de Jacques Rivette. Congelada de por vida en la ninfa de Bertolucci, se convirtió en una efigie más o menos mítica (que no reciclable) de los 70 y cosechó el cliché de prostituta maltratada o suicida psíquica.

 Schenider ha sido quizás uno de los últimos casos de ésos mitos eróticos de antaño. Una estrella que brilló en el momento de un casting histórico para convertirse en víctima de una belleza precoz e inquietante. Desde el mítico rodaje, hacia el que la actriz llegó a hacer declaraciones durísimas (afirmó haber sufrido violaciones en algunas escenas improvisadas) su vida se convirtió en una espiral de drogodependencias y depresiones que le  llevaron a odiar su papel más célebre.

A los que no son de la generación de los autocares, del mito de la mantequilla y del “cinéma cochon” pasada la frontera, quizás les ocurre lo mismo que a mí, que recuerdo la película por la música de Gato Barbieri y por ella. Por el recuerdo de una Maria Schneider tan joven y vulnerable que duele de ver.  No creo que fuera una actriz de destape al uso. A su desinhibición física también cabe glosar la interpretación de una joven perdida en la atracción fatal del cadáver moral al que dio piel Marlon Brando. A su manera, la película quería también denunciar la desidia de la Europa de la posguerra, ávida de descontaminación mental, y lo hizo con el ya conocido y desafío escatológico a los códigos morales de la época. La presencia martirizada de la Schneider estuvo presente para sostenerlo. 

A pesar de los esfuerzos de Bertolucci por defender el arte y el ensayo por encima de su violenta voluptuosidad (el proyecto original estaba pensado para durar cuatro horas), El último tango fue una película de impresión, de encuentro con el público, y un título que a día de hoy ha cosechado más chascarrillos provincianos que récords de asistencia en cine fórums. A propósito de esa impresión, y del recuerdo que dejó en 1972, es de recibo que hoy rindamos homenaje a una actriz que no pudo prever lo que perdía al prestar también su cuerpo con tanta devoción a su veterano partenaire y a la cámara de Bertolucci. Actriz de paso en un escándalo, tal vez, pero mucho más responsable del éxito del delirio erótico del italiano de lo que el tiempo le quiso reconocer. Al fin y al cabo, Brando ya era el Brando, divino e indiferente. Hoy Bertolucci la ha recordado: “Su muerte ha llegado demasiado pronto, antes de que pudiera volver a abrazarla, y al menos por una vez pedirle perdón".  El mundo del cine tiene sus partes inciertas, a las que no solemos recurrir, y el caso de Maria Schneider, mito y olvido, ya forma parte de alguno de sus recovecos.

Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo con el post. El impacto en los 70 de El último tango fue enorme (en Italia se quería quemar el negativo, en la España franquista se emigraba a Perpignan. La actriz ahora fallecida fue víctima sin quererlo de esa enorme repercusión que fue más allá del cine.

    Y ahora que nombras la música de Gato Barbieri, la misma música se escucha en Come, reza, ama cuando Julia Roberts llega a Italia, muy mal utilizada porque es una melodia asociada a París (la ciudad del último tango)y no a Roma.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Crítica de Mi nombre es Khan

La Filmoteca. Programación del 3 al 8 de marzo de 2020

Crítica de Fama