La noche como soporte narrativo



El estreno de Sólo una noche (Last night, 2011) dirigida por Massy Tadjedin nos sirve para reflexionar sobre el juego narrativo que se crea alrededor de lo que puede suceder en una noche. El cine gusta de aprovechar las posibilidades que ese periodo de tiempo ofrece para contar historias y parece que durante unas horas todas aquellas cosas que durante el día no son posibles, durante la noche pueden ser factibles de suceder.

Aunque esa posibilidad queda siempre mediatizada por un fin que sabemos llega con las primeras luces del día. Es casi como un relato vampírico donde sabemos que la libertad viene amparada por la oscuridad que tiene principio y fin.

La noche ha sido utilizada como recurso en numerosos thrillers y películas de terror, asociando la nocturnidad con peligro. En un primer vistazo rápido acuden a nuestra mente Collateral (Michael Mann, 2004), pero también tenemos ejemplos muy evidentes en la filmografía de John Carpenter (Asalto a la comisaria del distrito 13 o La noche de Halloween). También recordamos una película de un director ya prácticamente olvidado, Walter Hill, pero que nos dejó a finales de los 70 una gran película donde la noche jugaba un papel decisivo, The Warriors.

Pero es en el conflicto amoroso donde la noche toma toda su relevancia para escenificar los procesos de transformación en las relaciones sentimentales. La noche es el marco ideal para representar la complejidad de la pasión humana. En 1966 Mike Nichols dirigió ¿Quién teme a Virginia Wolf?, basado en la obra teatral de Edward Albee, nos mostraba como en las pocas horas que transcurren hasta el amanecer un matrimonio autodestructivo (Burton y Taylor) se despedazaba sacando todos sus demonios interiores.

En general son películas donde en un corto periodo de tiempo los personajes evolucionan y ya nada es igual tras el paso de esas horas que suponen un conocimiento más profundo de los personajes implicados. En Cuando llega la noche (John Landis, 1985), el personaje interpretado por Jeff Goldblum, sufrirá un cambio sustancial pasando del desengaño matrimonial inicial a una nueva relación. Muy similar en cuanto al caos que podía ocasionar una noche lo tenemos en ¡Jo, qué noche! (1985) de Martin Scorsese. Curiosamente el protagonista del filme de Scorsese, Griffin Dunne, aparece de secundario en Solo una noche. La noche, y el espacio cerrado de un taxi, servía también para ambientar las diferentes historias que nos contaba Jim Jarmusch en Noche en la tierra.


Jeff Goldblum and Michelle Pfeiffer
en Cuando llega la noche

El transcurso de una noche servía también como telón de fondo del inicio de aventuras amorosas que ha pesar de tener en el amanecer como elemento rupturista, dejan en los protagonistas un rastro que permanecerá latente. En este caso tenemos el encuentro ocasional de un par de viajeros en Antes del amanecer (1995) de Richard Linklater, Noche de verano en la ciudad (1991) de Michalle Deville o incluso la reciente Habitación en Roma (2010) de Medem.


En esta línea, esta semana se ha estrenado Sólo una noche, donde otra vez un matrimonio ve como durante una noche deben plantearse cuestiones como el amor, la fidelidad y, en el fondo, la sinceridad de sus relaciones. Tras pasar esa noche donde ambos cónyuges experimentan historias de amor paralelas, sabemos que a partir de ahora ya nada será, para bien o para mal, igual. Como ocurre con el género de road movie, donde el viaje sirve como descubrimiento iniciático, la noche tiene un aspecto revelador para todos los personajes implicados.

Crítica de Sólo una noche

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