Pequeñas mentiras sin importancia. El peligro de la desmesura



Escribe Luis Tormo

Estaba revisando la película Pequeñas mentiras sin importancia del realizador francés Guillaume Canet, un estreno que tenía pendiente de ver y del que no he recibido más que opiniones positivas sobre un filme que consideran divertido sobre el tema de la amistad.
Pero tras su visión coincido plenamente con la crítica de nuestro compañero Juan Ramón Gabriel en Encadenados, crítica donde se analizan las claves del largometraje poniendo de relieve aquellos elementos que lastran el filme. Es cierto que Pequeñas mentiras sin importancia se deja ver, a pesar de su excesiva longitud, gracias a ese menú variado que conforman algunas situaciones cómicas, el buen hacer de un reparto actoral excelente y el agradable paisaje que podría coincidir con los planos turísticos que ahora vemos cada tarde en el Tour de France.

Películas de amigos las tenemos en todas las filmografías. El cine italiano tiene fenomenales ejemplos, empezando por Fellini y Los inútiles (I vitelloni, 1953), pasando por Dino Risi o Monicelli. En los 90 Kenneth Branagh nos dejó una emotiva muestra de la supervivencia de la amistad frente al paso del tiempo en Los amigos de Peter (Peter's friends, 1992) y en 1996 Ted Demme y su Beautiful Girls nos enseñaba como unos personajes treintañeros sobrevivían a la aplastante rutina diaria que termina con los sueños juveniles.

Es un tipo de cine donde las emociones afloran en la pantalla pues en cierto modo se trata de ganarse el cariño del espectador tras el metraje, de tal forma, que en un periodo breve de tiempo consigamos querer a esas personas con sus defectos y virtudes. El único riesgo es pasarse.


 
Y Pequeñas mentiras sin importancia cae en ese error, en lo que hemos titulado en este post como el peligro de la desmesura. Desmesura que comienza por el metraje, casi dos horas y media, y que termina dominando todo el planteamiento narrativo del filme, llegando a un final bochornoso pero que ya había dejado antes pequeñas muestras aquí y allá: el accidente inicial, la escena donde el personaje del seductor interpretado por Gilles Lellouche grita su amor por la chica delante del restaurante o la reiteración del mal carácter de Max con una escena patética donde destroza una pared y que permite un guiño a lo Jack Nicholson en El resplandor.
Desmesura que hace que el contenedor de emociones que es el guión, se vea desbordado por un sinfín de acontecimientos, en la mayoría de las ocasiones repetitivos (las innumerables salidas al mar o las cenas) mientras que aspectos necesarios para comprender la causa, que implica que los personajes actúen de una determinada manera, no están concretizados. Quiza a Canet le ha pasado factura extremar la política d'auteur escribiendo y dirigiendo el filme.
Crítica de Pequeñas mentiras sin importancia en Encadenados


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