Crítica de Garbo el espía

Superhéroe por accidente 1 2 3 4 5
Escribe Marcial Moreno


Cartel de Garbo el espía
Contar la historia (real) de los agentes secretos acarrea una dificultad añadida derivada de la naturaleza de lo que se cuenta. El carácter evanescente del protagonista de la historia obliga bien a una exhaustiva investigación adicional que fije los detalles de lo ocurrido, bien a rellenar con altas dosis de creatividad aquello que a pesar de todo permanece indefinido.

En Garbo el espía esta dificultad no sólo está presente sino que, a la manera del yudoca que aprovecha en su propio beneficio la fuerza del contrario, se eleva a protagonista del filme. La imposibilidad de mostrar imágenes de lo que se quiere contar se transforma en una representación de la ficción misma, de la mentira que constituye la esencia de los agentes dobles.

Y qué mejor plasmación de lo irreal, si de películas hablamos, que el propio cine. A falta de un acceso directo a la realidad se intenta penetrar en ella mediante la apología de la mentira: se trata de contar la historia del espía utilizando imágenes de películas que por sí mismas nada tiene que ver con lo narrado, pero que si delatan, indirectamente, su naturaleza. La simulación y el engaño, la traición a la verdad, el fingimiento convincente, es la tarea de Garbo, y al mismo tiempo es la idiosincrasia del cine. Garbo, como cualquiera de su profesión, es el cine, y por lo tanto qué mejor herramienta que las películas para darnos noticias suyas. Películas que, además, aparentan referirse a Garbo cuando en realidad hablan de otra cosa: ficción sobre ficción, doble engaño. Agente doble.

Garbo el espía
La idea es brillante, pero el problema aparece cuando comprobamos que no trasciende lo conceptual, lo teórico. Y para que una película funcione se requiere algo más. Cuando se intenta llevar a la práctica la estrategia diseñada, se constata que su funcionalidad es muy limitada y que, a fin de cuentas, la pretensión de la película no puede realizarse sólo con ella. Es decir, queda pendiente contar la historia (real) del espía. Y para hacerlo no queda más remedio que recurrir a otra estrategia, punto en el que lo cinematográfico comienza a desmoronarse.
De este modo el peso de la narración, una vez descubierto el escaso rendimiento de la pretensión inicial, recae en el encadenamiento de varios discursos que van desgranando los hechos. Se cuenta una historia, en definitiva, con herramientas literarias, son que la puesta en imágenes aporte casi nada específico para su comprensión. La ilustración cinematográfica que se intercala entre los discursos acaba cobrando el aspecto de un recurso para aligerar la monotonía de lo que se cuenta, pero sin que por sí mismo posea entidad propia, rendimiento comunicativo.
Cabría, al menos, elegir bien el texto, construir con él una especie de novela que despertase el interés del espectador/lector y tornase interesante la personalidad del protagonista. Tampoco esto se consigue. La exposición de los hechos es farragosa, confusa... En un momento dado se abandona por completo para focalizar la atención en el relato histórico del desembarco de Normandía, creando la sensación de querer alargar la trama lo necesario para alcanzar un metraje acorde con el convencional.
Pero es que además las pretensiones hagiográficas no acaban de corresponderse con lo mostrado. Si lo que se quiere es darnos a conocer al hombre que salvó el mundo, como reza el subtítulo de la película, la tarea encomendada hubiese requerido una mayor dificultad. El personaje se trivializa hasta la caricatura, y sus oponentes aún más. Parece como si todo lo que consigue Garbo fuera fruto de la casualidad, de un azar que, siguiendo sus ignotas leyes, le ha sido esta vez favorable. Pero ni su intención, ni su preparación, ni mucho menos el enemigo, presentado con una mezcla de candidez e incompetencia absolutas, permiten reconocer en su trabajo el carácter de gesta que la historia se empeña en reservarle.

Garbo el espía

Bien es cierto que tal planteamiento no tiene que resultar necesariamente fallido. Mostrar el lado pueril de Garbo podría ser la base sobre la que llevar a cabo una tarea de disección del héroe, de todos los héroes, que condujera a una reflexión sobre los mecanismos que hacen que determinados individuos resulten ensalzados aún a su pesar. Sin duda ahí había una película, y si la intención del director en algún momento apuntó en esa dirección, el resultado no está a la altura, ni de lejos, de sus posibilidades. También en esto la película promete más de lo que ofrece.
Quizá la figura de Juan Pujol García merezca un reconocimiento que la historia ya le ha otorgado. Quizá sus peripecias ofrezcan el material adecuado para construir una buena película. Sin embargo lo único que podemos decir de Garbo el espía es que esa oportunidad ha resultado por completo desperdiciada.


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