Cinema Jove (VLC / 3): En lucha
25º Cinema Jove
Festival Internacional de Cine de Valencia
Festival Internacional de Cine de Valencia
...en lucha contra...
Por Adolfo Bellido (Valencia)
Por Adolfo Bellido (Valencia)
Cae en mis manos un artículo de la joven profesora, pero antigua conocida, Maria Lozano. Publica semanalmente una columna en uno de los periódicos gratuitos. Sus comentarios no tienen desperdicio. Al que me refiero se publica el viernes 25 de junio, día anteúltimo de Cinema Jove. Se titula Dime lo que censuras. En general, sus palabras, hacen referencia a la exposición de fotos (aún colea ese asunto) censurada en el MUVIM valenciano (www.muvim.es), sin duda por un demócrata de toda la vida. Quiero, de ese artículo, citar sus últimas (acertadísimas) líneas: “[…] cualquiera que sepa algo de arte sabe que la neutralidad no existe ni en una exposición de sellos”.
Pues bien, eso mismo ocurre cuando escribimos de lo que sea. Detrás (al lado o delante) de nuestras palabras no existe neutralidad. Somos seres pensantes, con una determinada ideología lo que nos conduce a un compromiso o a la total pasividad, que a veces supone el cruzarse de hombros con el que se traga lo incomible.
Es claro, que cuando escribo sobre cine no solamente me dedico a hablar de cine. El cine no es un espíritu puro que aletea por las alturas. Las películas son el testimonio de alguien sobre sí mismo, sobre el mundo. Igual que los festivales. Igual que lo que escribimos. También ocurre lo mismo en los certámenes de cine: se lleva a cabo desde determinados planteamientos a los que se llega partiendo de unos claro objetivos. El consensuar un determinado ciclo, escribir un libro sobre tal o cual apartado del certamen, el homenajear a un determinado realizador o la misma especialización del certamen descarta cualquier neutralidad. Las formas en este caso también señalan el fondo.
Cinema Jove nació como encuentro escolar, siguiendo (sin perder, pero relegándolo desde hace tiempo a un plano inferior) luego pasó a convertirse en una sección del Certamen. Naturalmente la grandeza, poderío de las otras sesiones se terminó comiendo al progenitor. Se entiende que desde fuera del Certamen no se de importancia al apartado de los más jóvenes, pero lo que es difícil de comprender es que desde dentro no se trate de echar una mano, o propiciar un reconocimiento más amplio, al encuentro audiovisual de jóvenes. Como muestra dos ejemplos:
Naturalmente, como digo, si desde dentro no se potencia este apartado, ya me dirán como se va a promocionar desde fuera, si ni siquiera es seguido por la prensa local. Las notas que han aparecido sobre C.J. (centrémonos por ejemplo en diarios como El País o Levante, que se supone aplauden las más importantes iniciativas culturales) son nulas o mínimas. Curiosamente, los días de celebración del Certamen podían leerse sendas noticias sobre la Mostra de Valencia (web, que se celebrará en octubre) o sobre el inmediato festival de Cine de Alfas del Pi (web). Sin comentario.
Films sobre la familia, leit motiv de una programación
El certamen sin una clara especialización —desde el pasado año suprimió la limitación de edad de los participantes a las Secciones Oficiales—, parece concentrar sus esfuerzos en presentar películas que se centren sobre el tema familiar. Salvo, error u omisión, dos títulos de la S.O. de largometrajes (se presentaban 9) no se centraban (en uno de ambos, Gainsbourg, no obstante, sí aparecía aunque fuera de forma tangencial) en el tema familiar. En todos los demás era la temática dominante. Bajo distintas formas pero siempre como dominante de la historia contada. En varios filmes, además, los personajes eran niños, adolescentes o jóvenes como si esas películas quisieran llevar el slogan joven a lo largo de su desarrollo.
La dificultad de un festival como éste en lo que se refiere a los largometrajes (en los cortos es otra cosa) estriba en la mezcla bastante heterogénea entre los diferentes autores. Por un lado ganadores de premios en anteriores ediciones en la sección de cortometrajes, por el otro algún director conocido de ediciones anteriores sin olvidar la presencia, bastante discutible, de realizadores con una obra reconocida. Naturalmente, en estos caso, la calidad de su obra es muy superior (en cuanto acabado) a cualquiera de las otras presentada. En este sentido este año habrá que referirse a Submarino de Vintenberg, un viejo conocido del festival, cada día más alejado de aquella poco sería propuesta dogmática.
Padres, madres e hijos
Comentemos dos títulos que tratan sobre el tema enunciado como son el irlandés Eamon y el canadiense J’ai tué ma mére
Eamon, de Margaret Corkery
(Irlanda, 2009)
Familia disfuncional
Una opera prima. Se trata de la obra de una realizadora irlandesa. Como mínimo curiosa. Su problema consiste en la falta de concreción, el (casi) carácter amateurista de algunas resoluciones, que no potencia el (sin) sentido de unos personajes infantiles que no saben lo que quieren. Si alguien dijo que Two lovers planteaba las relaciones de unos jóvenes, que viven sus relaciones de forma infantil (algo demasiado común, por otra parte, en los inmaduros personajes retratados en el cine norteamericano), debería ver esta película para comprobar, como se cumple aquí, la terrible realidad de tal afirmación.
El filme narra las relaciones (extrañas) de un matrimonio y del hijo hiperactivo, pero que a la larga resulta (casi) más adulto que los padres, dentro de su proceso de asentamiento en la vida. Dos jóvenes adultos inmaduros que se mueven por impulsos, sin razones. Que se dejan llevar por las situaciones, sin importarles para nada el hijo que les contempla sin entender (ni entenderles) demasiado lo que le dan o le niegan. Una narración a veces que tiende demasiado a lo sorpresivo (el galán de la playa) con lo que se consigue una (relativa) comicidad en las situaciones, pero nunca un enriquecimiento de lo que contemplamos. Es la razón del desequilibrio del filme que no se sabe, con frecuencia, lo que pretende. Finalmente queda como una crónica de unos personajes observados desde la lejanía
Simpática, ocurrente, pobretona en estilo, se deja ver sin demasiado esfuerzo. Los temas quedan esbozados, más que tratados a lo largo del desarrollo como la edípica unión del niño. O más bien como la forma en que tal adoración termina rompiéndose.
El final es lo mejor del filme. Lo que antecede está claramente subrayado por los elementos, la planificación presentada, pero los planos con los que se cierra deciden ser fieles a la sorpresa de algunos instantes anteriores. En ese cierre el niño decide buscarse unos nuevos (sorprendidos) padres. Le resulta mejor que le conozcan como pecoso que por su nombre (el del título del filme).
Para el recuerdo una secuencia dolorosa (aunque sea narrada sin demasiada carga emocional): el niño es echado por los padres fuera de un bar perdido en la nada para que no vean como se emborrachan.
J’ai tué ma mére, de Xavier Dolan
(Canadá, 2009)
Cinefilia a gogó
Xavier Dolan tiene 21 años. Se cree (o le han convertido en) un (niño) prodigio. Su película está influida por (en la composición, el tono) la pintura moderna (se cita entre otros a Pollock). También por numerosas películas especialmente por el cine renovador (por decir algo) de los grandes realizadores de la nouvelle vague. Se presentó en Cannes, en el apartado de jóvenes, como no, para recibir por su (falsa) modernidad algunos premios: no es para menos al tratarse de un filme con aroma francés por los cuatro costados.
¿De qué va la película? De una madre y un hijo. De su amor y de su odio. Enfrentamientos, discusiones entre ellos. Palabra altas. Reconciliaciones. Para que al final se tienda a la búsqueda o el encuentro del Rosebud de turno: el lugar idílico donde se fue feliz… en la infancia.
Atendamos a otras cosas. En un momento del filme el protagonista, en clase, indica a su profesora que su madre ha muerto. Al final, el chico (o no tan chico) protagonista, se escapa del internado, donde se le ha recluido, en busca del mar o de su personal felicidad (al menos en el recuerdo). ¿Les recuerdan a algo estos mimbres?
Pues sí claro, es imposible no aludir (aunque la edad del joven no sea de la Antoine Doiniel) al Truffaut de Los 400 golpes en este pretendido (o no) homenaje. Por otra parte el filme desde el punto narrativo no sigue para nada a tal realizador, en ese sentido al que parece encomendarse es a Godard. ¿En qué? En las (aparentes) rupturas narrativas, en la forma de planificar las conversaciones, en los elementos con los que rompe o pasa de unas secuencias a otras. Y como en Godard un aluvión de citas sobre artistas e incluso frases de escritores famosos. Intenta ser un cine a lo Godard pero en vez de grandeza, de originalidad, innovación existe vulgaridad y (a raudales) pedantería. Para remate juega con los textos escritos, o cartas recibidas, impresas en pantalla (otro guiño claramente godariano).
Lo más sorprendente (entre un sinfín de sorpresas) está la ruptura, del punto de vista narrativo. Lo lleva a cabo el director cuando le conviene, en nombre de lo que desea comunicar al espectador (sin duda fácilmente transmitido por otros medios) pero con una falta total de sentido dentro del hilo narrativo.
Incongruente, fallida gustará a aquellos que creen que este filme viejo y torpe es moderno y brillante.
Xavier Dolan intenta (de mala manera) dar vida al personaje principal, que se supone aún no tiene 18 años. Algo tan difícil de creer, como su genialidad. Con su juventud tiene aún demasiadas cosas que aprender.
Pues bien, eso mismo ocurre cuando escribimos de lo que sea. Detrás (al lado o delante) de nuestras palabras no existe neutralidad. Somos seres pensantes, con una determinada ideología lo que nos conduce a un compromiso o a la total pasividad, que a veces supone el cruzarse de hombros con el que se traga lo incomible.
Es claro, que cuando escribo sobre cine no solamente me dedico a hablar de cine. El cine no es un espíritu puro que aletea por las alturas. Las películas son el testimonio de alguien sobre sí mismo, sobre el mundo. Igual que los festivales. Igual que lo que escribimos. También ocurre lo mismo en los certámenes de cine: se lleva a cabo desde determinados planteamientos a los que se llega partiendo de unos claro objetivos. El consensuar un determinado ciclo, escribir un libro sobre tal o cual apartado del certamen, el homenajear a un determinado realizador o la misma especialización del certamen descarta cualquier neutralidad. Las formas en este caso también señalan el fondo.
Cinema Jove nació como encuentro escolar, siguiendo (sin perder, pero relegándolo desde hace tiempo a un plano inferior) luego pasó a convertirse en una sección del Certamen. Naturalmente la grandeza, poderío de las otras sesiones se terminó comiendo al progenitor. Se entiende que desde fuera del Certamen no se de importancia al apartado de los más jóvenes, pero lo que es difícil de comprender es que desde dentro no se trate de echar una mano, o propiciar un reconocimiento más amplio, al encuentro audiovisual de jóvenes. Como muestra dos ejemplos:
O sea que el encuentro audiovisual de jóvenes (según el diario oficial) sólo tiene cuatro años de existencia. ¿Una broma? ¿No quedamos que C.J. cumple 25 años? Si las cuentas no nos traicionan gracias a ese encuentro (inicio del certamen) puede alardearse de tales años de existencia.
Naturalmente, como digo, si desde dentro no se potencia este apartado, ya me dirán como se va a promocionar desde fuera, si ni siquiera es seguido por la prensa local. Las notas que han aparecido sobre C.J. (centrémonos por ejemplo en diarios como El País o Levante, que se supone aplauden las más importantes iniciativas culturales) son nulas o mínimas. Curiosamente, los días de celebración del Certamen podían leerse sendas noticias sobre la Mostra de Valencia (web, que se celebrará en octubre) o sobre el inmediato festival de Cine de Alfas del Pi (web). Sin comentario.
Films sobre la familia, leit motiv de una programación
El certamen sin una clara especialización —desde el pasado año suprimió la limitación de edad de los participantes a las Secciones Oficiales—, parece concentrar sus esfuerzos en presentar películas que se centren sobre el tema familiar. Salvo, error u omisión, dos títulos de la S.O. de largometrajes (se presentaban 9) no se centraban (en uno de ambos, Gainsbourg, no obstante, sí aparecía aunque fuera de forma tangencial) en el tema familiar. En todos los demás era la temática dominante. Bajo distintas formas pero siempre como dominante de la historia contada. En varios filmes, además, los personajes eran niños, adolescentes o jóvenes como si esas películas quisieran llevar el slogan joven a lo largo de su desarrollo.
La dificultad de un festival como éste en lo que se refiere a los largometrajes (en los cortos es otra cosa) estriba en la mezcla bastante heterogénea entre los diferentes autores. Por un lado ganadores de premios en anteriores ediciones en la sección de cortometrajes, por el otro algún director conocido de ediciones anteriores sin olvidar la presencia, bastante discutible, de realizadores con una obra reconocida. Naturalmente, en estos caso, la calidad de su obra es muy superior (en cuanto acabado) a cualquiera de las otras presentada. En este sentido este año habrá que referirse a Submarino de Vintenberg, un viejo conocido del festival, cada día más alejado de aquella poco sería propuesta dogmática.
Padres, madres e hijos
Comentemos dos títulos que tratan sobre el tema enunciado como son el irlandés Eamon y el canadiense J’ai tué ma mére
Eamon, de Margaret Corkery
(Irlanda, 2009)
Familia disfuncional
Una opera prima. Se trata de la obra de una realizadora irlandesa. Como mínimo curiosa. Su problema consiste en la falta de concreción, el (casi) carácter amateurista de algunas resoluciones, que no potencia el (sin) sentido de unos personajes infantiles que no saben lo que quieren. Si alguien dijo que Two lovers planteaba las relaciones de unos jóvenes, que viven sus relaciones de forma infantil (algo demasiado común, por otra parte, en los inmaduros personajes retratados en el cine norteamericano), debería ver esta película para comprobar, como se cumple aquí, la terrible realidad de tal afirmación.
El filme narra las relaciones (extrañas) de un matrimonio y del hijo hiperactivo, pero que a la larga resulta (casi) más adulto que los padres, dentro de su proceso de asentamiento en la vida. Dos jóvenes adultos inmaduros que se mueven por impulsos, sin razones. Que se dejan llevar por las situaciones, sin importarles para nada el hijo que les contempla sin entender (ni entenderles) demasiado lo que le dan o le niegan. Una narración a veces que tiende demasiado a lo sorpresivo (el galán de la playa) con lo que se consigue una (relativa) comicidad en las situaciones, pero nunca un enriquecimiento de lo que contemplamos. Es la razón del desequilibrio del filme que no se sabe, con frecuencia, lo que pretende. Finalmente queda como una crónica de unos personajes observados desde la lejanía
Simpática, ocurrente, pobretona en estilo, se deja ver sin demasiado esfuerzo. Los temas quedan esbozados, más que tratados a lo largo del desarrollo como la edípica unión del niño. O más bien como la forma en que tal adoración termina rompiéndose.
El final es lo mejor del filme. Lo que antecede está claramente subrayado por los elementos, la planificación presentada, pero los planos con los que se cierra deciden ser fieles a la sorpresa de algunos instantes anteriores. En ese cierre el niño decide buscarse unos nuevos (sorprendidos) padres. Le resulta mejor que le conozcan como pecoso que por su nombre (el del título del filme).
Para el recuerdo una secuencia dolorosa (aunque sea narrada sin demasiada carga emocional): el niño es echado por los padres fuera de un bar perdido en la nada para que no vean como se emborrachan.
J’ai tué ma mére, de Xavier Dolan
(Canadá, 2009)
Cinefilia a gogó
Xavier Dolan tiene 21 años. Se cree (o le han convertido en) un (niño) prodigio. Su película está influida por (en la composición, el tono) la pintura moderna (se cita entre otros a Pollock). También por numerosas películas especialmente por el cine renovador (por decir algo) de los grandes realizadores de la nouvelle vague. Se presentó en Cannes, en el apartado de jóvenes, como no, para recibir por su (falsa) modernidad algunos premios: no es para menos al tratarse de un filme con aroma francés por los cuatro costados.
¿De qué va la película? De una madre y un hijo. De su amor y de su odio. Enfrentamientos, discusiones entre ellos. Palabra altas. Reconciliaciones. Para que al final se tienda a la búsqueda o el encuentro del Rosebud de turno: el lugar idílico donde se fue feliz… en la infancia.
Atendamos a otras cosas. En un momento del filme el protagonista, en clase, indica a su profesora que su madre ha muerto. Al final, el chico (o no tan chico) protagonista, se escapa del internado, donde se le ha recluido, en busca del mar o de su personal felicidad (al menos en el recuerdo). ¿Les recuerdan a algo estos mimbres?
Pues sí claro, es imposible no aludir (aunque la edad del joven no sea de la Antoine Doiniel) al Truffaut de Los 400 golpes en este pretendido (o no) homenaje. Por otra parte el filme desde el punto narrativo no sigue para nada a tal realizador, en ese sentido al que parece encomendarse es a Godard. ¿En qué? En las (aparentes) rupturas narrativas, en la forma de planificar las conversaciones, en los elementos con los que rompe o pasa de unas secuencias a otras. Y como en Godard un aluvión de citas sobre artistas e incluso frases de escritores famosos. Intenta ser un cine a lo Godard pero en vez de grandeza, de originalidad, innovación existe vulgaridad y (a raudales) pedantería. Para remate juega con los textos escritos, o cartas recibidas, impresas en pantalla (otro guiño claramente godariano).
Lo más sorprendente (entre un sinfín de sorpresas) está la ruptura, del punto de vista narrativo. Lo lleva a cabo el director cuando le conviene, en nombre de lo que desea comunicar al espectador (sin duda fácilmente transmitido por otros medios) pero con una falta total de sentido dentro del hilo narrativo.
Incongruente, fallida gustará a aquellos que creen que este filme viejo y torpe es moderno y brillante.
Xavier Dolan intenta (de mala manera) dar vida al personaje principal, que se supone aún no tiene 18 años. Algo tan difícil de creer, como su genialidad. Con su juventud tiene aún demasiadas cosas que aprender.
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