Crítica Mi refugio

Él y ella, y nada más  1  2  3  4  5 


Escribe Ferran Ramírez




François Ozon parece seguir empeñado en demostrar su versatilidad en cuanto a géneros y estilos cinematográficos. Ya en su última obra, Ricky, nos proponía ese amor incondicional de una madre hacia su retoño. Ahora nos propone otra vuelta de tuerca respecto a la obligación de una madre de amar a su vástago incondicionalmente en Mi refugio, una obra que parece no querer salir nunca del letargo que supone toda una especie de poemario sobre el proceso de gestación de un bebé. Lo hace mediante la puesta de toda su atención en los dos actores sobre los que se cimienta el filme. Y lo decimos ya, sin el concurso de estos dos actores, Mi refugio no sería lo mismo. Ellos son la gran virtud de esta obra menor.

Las primeras secuencias, durísimas, muestran a una pareja de jóvenes apuestos y heroinómanos, Louis y Mousse, que llevan su adicción a las últimas consecuencias. Él muere de una sobredosis mientras que ella le sobrevive. Aterrada ante la muerte de su pareja, Mousse descubrirá que está embarazada y decidirá retirarse a la vida bucólica durante el embarazo. Allí recibirá la visita del hermano de su difunto novio. Se trata de Paul, un joven homosexual de una gran belleza física que compartirá su vida junto a la protagonista.

La obra está absolutamente cautivada por estos dos personajes. La cámara de Ozon persigue a estos dos enigmáticos caracteres, les escruta, les explora lentamente, tanto física como psíquicamente. Incluso hay momentos en que una secuencia está construida por completo a través de la atenta observación de sus cuerpos desnudos. Otras se detienen en una mirada, en una leve sonrisa, en una caricia que se produce casi por casualidad. No hemos dicho sus nombres aún. Son Isabelle Carré y Louis-Ronan Choisy los excepcionales actores. Como apunte anecdótico, vamos a decir que él es un conocido compositor francés que se inicia aquí en la interpretación y que también firma la banda sonora del filme. Ambos trabajan en tal sintonía que provocan la adicción tanto en el ojo quirúrgico de Ozon como en el espectador.

Como ya podíamos ver hace escasas semanas en otra película francesa protagonizada por otra Isabelle (Huppert), Villa Amalia, la protagonista de este argumento realiza una huida interior en un paisaje privilegiado. Además, complementa la revelación de la muerte de un supuesto amor con el descubrimiento del nacimiento de otro supuesto amor, aunque de diferente calibre. Su pareja fallecida será sustituida por su embarazo en primera instancia y por su hermano en segunda. Será este el vínculo que la unirá con Paul en una relación gradual que, incluso, se permite el lujo de rozar lo incestuoso. Ambos personajes obtendrán su redención a través del otro aunque, quizás, de un modo un tanto enrarecido.

Mi refugio no contiene prácticamente nada más. Ni siquiera dedica esmero a los bellos paisajes que rodean a los personajes. Ozon sólo consagra todo su esfuerzo a este dúo asonante aunque, curiosamente, lo hace a través de una narrativa gélida y distante, casi imperceptible, que la mantiene casi en exclusividad durante su hora y media de metraje. Sólo en su conclusión, Ozon se contradice. Todo el tiempo que se ha tomado para el experimento empírico con estos dos personajes desolados se precipita en un desenlace inesperado y desigual, aunque no deje de suscitar cierto interés. Como guinda final, durante los títulos de crédito finales, ambos actores prestan sus voces a la canción que se convierte en himno del filme, analogía de esa unión etérea e imposible que le da la razón de ser a este filme.



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