Crítica de El cónsul de Sodoma


A favor de Jaime Gil de Biedma 1 2 3 4 5
Escribe Juan Ramón Gabriel

Cartel de El cónsul de Sodoma
La admiración con que se ha elaborado este retrato del poeta Jaime Gil de Biedma, el rendido homenaje que se le quiere tributar a través de todas y cada una de las imágenes y palabras que tejen su periplo vital y profesional, son los peores escollos con que tropieza este biopic del que ha sido no sólo literaria, sino también mediáticamente, el poeta por antonomasia de las postrimerías del franquismo y las primeras décadas de la democracia; cuya impronta ha sido total y absoluta, dominante, durante muchos años, en un modo de hacer y entender la poesía. La consagración de la que ha gozado Gil de Biedma impide una profundización de su personalidad, incidiendo la aproximación cinematográfica en la imagen que se ha labrado como canónica el propio poeta y su proyección mediática.

Se nos ofrece un personaje elevado a los altares del mito, canonizado de antemano y no a través del periplo vital que el filme pretende ofrecernos; una visión hagiográfica y apologética de un nuevo Dorian Grey, embarcado en una lucha sin cuartel contra los estragos del paso del tiempo en un viaje cuyo destino es ineludible, en una lucha cuya derrota es inexcusable.


El cónsul de Sodoma

La melancólica conciencia y certeza de esta inexorable verdad, la única absoluta, convierte a la persona en un personaje travestido de nuevo Sócrates, que verbaliza de manera omnímoda toda percepción y experiencia que la realidad le ofrece, deleitando al espectador con su sabiduría poética, que también lo es vital, en tanto en cuanto una y otra se nutren mutuamente en una dialéctica que vertebra la personalidad retratada en la película: un dandy, bohemio señorito, aristócrata de cuna que se esfuerza por serlo también de espíritu a través del arte poético, poeta social por mala conciencia, filo-comunista rechazado por el propio partido, no obstante considerarse siempre compañero de viaje; un juerguista incansable, vividor y habitante de la noche, promiscuo sexualmente, vampiro del amor y de la belleza.


Como Jano bifronte, su entorno social, profesional y familiar le obliga, durante el día, a convertirse en un reputado hombre de negocios, en un ejecutivo de una de las compañías tabaqueras con mayor tradición en España, en representante de la alta burguesía y de la aristocracia financiera que rigen los destinos y los resortes del poder político y económico de la España de la posguerra (y de la democracia), papel que desempeña con solvencia y profesionalidad, incluso con responsabilidad manifiesta.

El cónsul de Sodoma
Este dualismo entre la apariencia social y la esencia personal y poética se estructura diegéticamente a través de los tres libros poéticos que publicó Gil de Biedma, centrándose la narración de su periplo vital en un arco temporal que va desde l959, año de la publicación de Compañeros de viaje, hasta l969, fecha de los Poemas póstumos. De esta manera, se sustrae toda la prehistoria del personaje, iniciándose el relato con el protagonista ya maduro, con 33 años, siendo los diez años posteriores el meollo del retrato biográfico, con una coda que abarca, en apenas quince minutos, sus casi veinte últimos años, años en los que el poeta dejó de escribir y empezó a labrarse su imagen mítica, a pasear su propio personaje ya consolidado, con un epílogo centrado en l986, cuando se le detecta la enfermedad que pondría fin a sus días en l990, con sesenta años recién cumplidos.

Así pues, resulta obvio la preeminencia de su poesía como eje axial sobre el que se ha sustentado el guión: las anécdotas poetizadas en sus textos son la base sobre la que se ha erigido un guión que no ha logrado trascender lo anecdótico por su afán de fidelidad a la palabras emanadas del sujeto poético, del yo lírico constitutivo y nuclear en la poesía del poeta catalán en lengua castellana. El guión trata de hilvanar secuencias dispersas que en la mayoría de los casos son ilustraciones fílmicas, recreaciones, de hechos “narrativizados” en los poemas más conocidos y divulgados de la breve producción poética gilbiedeana: “Amistad a lo largo”, “Vals del aniversario”, “Infancia y confesiones”, “Apología y petición”, “Albada”, “A una dama muy joven, separada”, “Intento formular mi experiencia de la guerra”, “Contra Jaime Gil de Biedma”…, etc.

El cónsul de SodomaToda una serie de noticias que ya son lugares comunes en la biografía del poeta también aparecen ilustradas: la contemplación de los cuerpos desnudos y de la miseria en sus estancias profesionales en Manila, Filipinas, ámbito propicio para la expansión sensual; el rechazo de Manuel Sacristán, tótem de la izquierda intelectual marxista, a su ingreso en el partido comunista por su condición sexual; su papel de cicerone en la visita que el escritor norteamericano James Baldwin (“Jimmy”) realiza a España; su amistad con Juan Marsé y con Carlos Barral; las noches en el Boccaccio; su relación con Isabel Gil Moreno de Mora, “Bel”, y las funestas consecuencias de la muerte de ésta; su inclusión en el grupo de la gauche divine; su conocimiento con un joven Enrique Vila-Matas; con Ana María Moix; con la fotógrafa Colita; la relación con su familia, en especial el reconocimiento de su padre y su apoyo profesional; la distancia y severidad de la madre, etc. Estos tópicos bio-bibliográficos se proyectan de tal manera que se necesita de un código compartido por el espectador para ser percibidos en toda su extensión, de tal manera que quien no esté informado de antemano no logrará apercibirse de la mayoría de las referencias que se citan; otro ejemplo del conocimiento consabido, del homenaje de petit comité que la película exige del espectador. Se convence a los convencidos; no se ganarán nuevos adeptos para la causa.

Pero en donde el punto de vista, la ideología y la mirada anacrónica ha cimentado esta aproximación ha sido en la condición sexual del poeta, a saber, en su condición de gay, de homosexual devorador de cuerpos jóvenes, de promiscuo irredento. Todo el guión y la perspectiva adoptada pretenden convertir a Gil de Biedma en un santo protomártir de la iconología y del santoral homosexual. Se utiliza, sin empacho, su condición sexual, de la que el poeta no hizo gala ni en su vida ni en sus poemas, para elevarlo a la región de víctima de la represión de la España franquista y de la moral carpetovetónica. La insistencia en mostrar los atributos y la genitalidad masculina cae dentro de los límites del ridículo, en una especie de almodovarismo ochentero propio de La ley del deseo o de Matador. Significativa es la secuencia final, con un poeta herido por las alas de la muerte, que no renuncia a su ideal hedonista y de goce, aunque sea contemplativo, frente a un escultural cuerpo joven, culturalismo corporal del que han hecho gala todos los sujetos masculinos que han desfilado por el lecho del poeta, esculpidos y cincelados como estatuas griegas “metrosexualizadas”, depiladas y exhibiendo en dos ocasiones penes erectos, cuya capacidad de escándalo, dados los tiempos que corren, rayan lo ridículo, pues carecen del revulsivo moral de un Querelle de Fassbinder. El acompañamiento musical (estamos en los finales de los ochenta) de los Pet shop boys y de los Comunar es todo un guiño a esa cultura pop británica que empezaba a canalizar y visibilizar los iconos y el mundo gay, cuando el poeta se encontraba sufriendo los devastadores efectos del SIDA. ¡Demasiado tarde llegaba tal eclosión para el moribundo vividor¡

El cónsul de Sodoma
Tal contumacia sexual hace aparecer al poeta como un mercenario del amor, pagador de los servicios sexuales, debido a su mala conciencia, propietario de cualquier encuentro sexual que se le ofrezca, al mismo tiempo que le imposibilita para percibir el amor per se, sin contraprestaciones crematísticas.

En última instancia, y de aquí la polémica suscitada con Juan Marsé, hay un hilo conductor en el filme por el cual Gil de Biedma parece condenado a encontrar el amor en personajes masculinos álter egos del personaje literario creado por el narrador: Manolo el Pijoaparte, que huele “a gato montés”. Por supuesto, se ilustra también la “ayuda” que se supone el poeta prestó al novelista en la creación del perfil definitivo de tal personaje literario, así como en el encuentro entre Marsé y su futura mujer, Joaquina, peluquera o asistenta de una de las marquesas que frecuentaban las bacanales de la noche barcelonesa.

La composición de Jordi Mollá es correcta, convincente y coherente con los mimbres que se le otorgan para confeccionar el personaje. Su mirada no puede ofrecer más porque el guión no se lo permite. Insufla cierta tristeza y dolor en medio del baile de máscaras por el que se le hace deambular. Pues en el exterior de la máscara permanece este retrato, más prosopografía que etopeya, del autor de Las personas del verbo. Recordemos que persona significa “máscara”, y que Gil de Biedma consiguió, a través del recuso del monólogo dramático, aprendido en la poesía inglesa y en la lectura y asimilación del tono de la poesía de su admirado Luis Cernuda, construir una máscara poética plena de confesionalidad y de autenticidad, un disfraz verdadero para expresar sus contradicciones y sus fisuras, sus falsedades y miserias humanas. La película se hace eco de esa máscara, pero no la descubre.
En fin, a falta de los huesos de Lorca, buenos son los poemas de Jaime, en los que gravita el dolor y el narcisismo por una juventud perdida y siempre anhelada. Por una búsqueda de la belleza que trascienda la palabra y se incardine en la propia vida. A fin de cuentas, tal como aparece en su primera intervención en la película, más que poeta aspiraba a ser poema.

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
Quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
A ser posible jóvenes:
Yo persigo también el dulce amor,
El tierno amor para dormir al lado
Y que alegre mi cama al despertarse,
Cercano como un pájaro.

(Pandémica y Celeste)


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