Alamar y Go get some rosemary (Daddy Longlegs)


Papaito Piernaslargas
Escribe Gabriela Mársico



AlamarAlamar, el filme mejicano del realizador González Rubio, ganador del último BAFICI, se mide en este artículo contra el mucho más original y riesgoso Go get some rosemary (Daddy longlegs) de los hermanos Josh y Benny Safdie (The pleasure of being robbed) que, con irreverencia y audacia, inquietan, molestan y angustian al espectador al dejarlo frente a situaciones de riesgo, problemas insolubles, e interrogantes sin respuesta, en vez de llevarlo al mar durante un regocijante trayecto sin mayores contratiempos que el abandono de una garza, o sufrir la desazón de una inminente despedida, como ocurre con Alamar, obturando así todos los resquicios por los que se pueda colar incertidumbre o angustia existencial.

Si bien los dos filmes parten de un mismo punto: exploran la relación entre padre e hijo/s, Alamar se vale del registro documental para retratar la belleza del paisaje como marco apropiado para la armónica línea narrativa, a partir de algunas fotos y de un monólogo en off, que se desplegará con la misma fluidez con la que padre e hijo, Roberto y Natán, se relacionarán sin que medie conflicto alguno durante los pocos días que convivirán pescando, navegando, y hasta sumergiéndose en busca de langostas dentro de las aguas coralinas.

Go get some rosemary En Go get some rosemary, sin embargo, Lenny (el talentoso Ronald Bronstein) proyeccionista neoyorquino, padre también divorciado, inmaduro, irresponsable, pero adorablemente encantador, pasará las dos únicas semanas del año que le corresponden con sus hijos Sage y Frey (los hermanos Ranaldo hijos del gran Lee de Sonic Youth) en un mundo caotico, que el indomable Lenny se encargará de poner patas para arriba, en medio de una sucesión de situaciones endemoniadamente imprevisibles, que nos dejan con el aliento entrecortado a medida que el relato avanza con la espontaneidad de la vida misma (se respiran aires casavetteanos por doquier) en la edición sincopada acorde al ritmo frenético y arrollador del filme.

Si en Alamar experimentamos las bondades contemplativas de un mar cristalino y calmo, nos familiarizamos con la rutina de un pescador, presenciamos paso a paso la captura y el proceso de descamación de los pescados, en Go get some rosemary nos adentramos en las peripecias de un padre que hace malabares para mantenerse unido a sus hijos contra un medio hostil en medio de las circunstancias más adversas.



AlamarEn Alamar, Natán, el niño protagonista viaja con su papá Roberto (recordemos que son padre e hijo en la vida real) a la casa de su abuelo que vive en un arrecife de coral frente a la península de Yucatán en una casita de madera sin gas ni electricidad. Natán establecerá un vínculo con su padre y con la madre naturaleza, que se irá fortaleciendo con el transcurso de los días. Aprenderá a pescar, a cazar langostas, a bucear y hasta cocinar.

Por el contrario en Go get some rosemary, los hermanitos Sage y Frey experimentarán junto con la audiencia lo que es el vértigo y la incertidumbre de ir solos a hacer las compras al supermercado (de ahí en parte el título del filme, ve a buscar romero) o sentir en carne propia la angustia existencial de un desesperado Lenny que no tiene mejor idea que darles un tercio de sedante a sus hijos (por lo que dormirán más de la cuenta) porque no encuentra a alguien que los pueda cuidar mientras él se va con sus amigos a graffitear paredes.

El medio en el que transcurre Alamar no presenta ningún obstáculo, ni impedimento, todo fluye naturalmente y sin mayores sobresaltos, y es justamente en este punto donde la armonía visual fundida con la emocional contribuyen a la debilidad del filme: la falta de interioridad de los personajes, y por ende de intensidad dramática.

En cambio, en Go get some rosemary lo que surge como un germen de conflicto: el lazo poderoso y a la vez vulnerable que se establece entre papá Lenny e hijos, puesto a prueba en infinidad de situaciones que tienden a destruir el vínculo más que a fortalecerlo, crece hasta dimensiones insospechadas (como el insecto que Lenny imagina y recrea para deleite o terror de sus hijos) y la misma NYC, es decir, sus calles, se tornan amenazantes o aún prometedoras para emprender un viaje anárquico, vigoroso, y lleno de imaginación donde cualquier cosa, y cuando digo cualquier cosa, digo que absolutamente todo puede ocurrir...

Y aquí mismo radica el planteo y lo que ofrecen ambos filmes, dos perspectivas diferentes, diametralmente opuestas de lo que es la paternidad. En Alamar el rol de padre discurre sin grandes contrariedades, todo es armonía, fluidez y distensión; excepto cuando Blanquita, una garza adoptada como una singular mascota, decide irse volando, y dejar a Natán por otros cielos, preanunciando quizás la separación inminente de padre e hijo: Natán se irá a Roma con su madre italiana dejando así al descubierto la fragilidad de los lazos afectivos.

Go get some rosemary Mientras que la paternidad en Go get some rosemary plantea el desafío de tener que luchar contra un medio hostil, con un jefe inflexible e intolerante, o con la falta de dinero con la que tendrá que lidiar Lenny, un hombre astuto, siempre exuberante en recursos de todo tipo, al estilo de un antihéroe busterkeatoniano, si se me permite el término, ya que el carismático y multifacético Lenny no tiene mucho que envidiarle, sobre todo en la loca escena en la que se propone comer un hotdog mientras salta una reja en medio de un parque con envidiable sincronización aunque finalmente la salchicha vaya a parar al pasto.


En definitiva, cuando llegamos al final de Alamar nos queda la vaga sensación de haber compartido con padre e hijo un hermoso álbum de fotos de unas inolvidables, y por qué no, fructíferas vacaciones, sin embargo, con Go get some rosemary vivimos un aterrizaje forzoso después de haber corcoveado sobre un sinfín de contrariedades como en una montaña rusa que al bajar nos deja algo mareados, y sin aliento.

La paternidad, en los términos actuales de incertidumbres varias, se acerca mucho más a las carencias, a los errores nacidos de la negligencia o falta de madurez de este Lenny con el que experimentamos lo que es la desesperación al no encontrar salida alguna, o la frustración tras reiterados intentos de salir airoso de situaciones condenadas al fracaso, aunque como es sabido, y Lenny lo sabe mejor que nadie, la mejor manera de salir de un laberinto es hacia arriba...




Comentarios

Entradas populares de este blog

Crítica de Mi nombre es Khan

La Filmoteca. Programación del 3 al 8 de marzo de 2020

Crítica de Fama