Crítica de Habitación en Roma
Italianismo manierista 1 2 3 4 5
Escribe Juan Ramón Gabriel
Escribe Juan Ramón Gabriel
Utilizando como reclamo comercial, morboso e ideológico un encuentro casual entre dos personas en mitad de la noche romana y su posterior desarrollo amatorio en el interior de una habitación de hotel, Julio Medem elabora una película cuya finalidad última es la reivindicación de sí mismo como artista y creador cinematográfico, como autor. Y este celo autoral auto-vindicativo desbarata la carga de profundidad del artefacto artístico que pretende articular, malbarata la esencia nutricia sobre el que se quiere edificar, abarata una propuesta de desnudez de la sustancia más íntima de la condición sentimental y humana, para simplemente ofrecer una epidermis esteticista y culturalista ahíta del soplo vital que debería recubrir todos y cada uno de los poros de la piel (película) mostrada al espectador.
Que la pareja protagonista esté constituida por dos mujeres responde a una estrategia ideológica y estética del director muy bien calibrada (amén de toda la explotación comercial, mediante la exhibición del espantajo del escándalo y la reacción cavernaria subsiguiente que puede generarse mediáticamente). El eterno femenino sobrevuela toda la historia, desde diversas perspectivas.
Por un lado, la exhibición de dos bellos cuerpos femeninos sirve como cebo para atraer a un público voyeur masculino y, al mismo tiempo, es todo un guiño reivindicativo para un público voyeuse femenino. La relación lésbica se sobrepone, intencionadamente, sobre la relación sexual per se, sin género, tal y como se encarga de remarcar el director discursivamente en el filme, por mucho que sus declaraciones vayan, por supuesto, en el sentido contrario: dotar de normalidad y visibilidad a lo que la sociedad ve como diferente. La dialéctica entre lesbianismo (sexualidad) congénito o adquirido surge en los diálogos de las protagonistas. También aparece la oposición entre placer vaginal y clitoriano, en una de las secuencias más grotescas y ridículas de la trama, a través de la posible inclusión de una botella de vino de la toscana (tamaño 3/8) como remedo de un vibrador que falta en los juegos eróticos, a punto de ser suplido por un pepino hervido que el servicial camarero pone a disposición de la pareja; en última instancia, el propio empleado está dispuesto a aportar su propio pene para llevar a cabo un trío. Las chicas rechazan el ofrecimiento.
No obstante este explícito telón lesbiano, Medem lo escenifica de la manera más trillada y tópica: una Elena Anaya (Alba) con el pelo a lo garçon desempeñando el rol activo (masculino), frente a una sumisa y dúctil Natasha Yarovenko (Dasha o Natasha) en el papel femenino (pasivo). Los cuerpos de las mujeres son iconos para las fantasías o el imaginario erótico-sexual masculino: la contundencia de su belleza se apropia de la pantalla, en una apología del esteticismo sensorial y sensual en detrimento de una mayor naturalidad de representación de la “realidad” lésbica de carne y hueso.
Prueba de este desaforado culturalismo estetizante es el propio afiche comercial de la película: todo un guiño a ese mencionado eterno femenino que la historia del arte desarrolló a partir del último tercio del siglo XIX, a partir del prerrafaelismo, del modernismo, la secesión, etc., origen de las iconografías sexofóbicas de la mujer (la depreadadora, la femme fatale), posteriormente aclimatadas como fetiches eróticos de la libido masculina, hasta alcanzar cierto estatuto pseudoartístico en las fotografías y filmes de David Hamilton (Tiernas caricias, Las canciones de Bilitis).
El esculturalismo estetizante corporal de las protagonistas impregna también el espacio en el que se desenvuelven sus caricias. La habitación del hotel es un remedo de belleza encapsulada, un museo claustral a modo de útero pictórico, que propicia el discurso ideológico de Medem. Los cuadros y frescos que adornan el cuarto se utilizan como cauce para erigir toda una teoría sobre la concepción artística del director vasco, amén de reivindicar ideológicamente el papel de la mujer, silenciado a lo largo de la historia. Por si al espectador más profano se le hubiese pasado por alto, hay varias secuencias en que se explicita, a través del diálogo de las protagonistas (peritas ambas en la historia del Renacimiento italiano), tal teoría: dos pinturas se confrontan en la habitación. Una de ellas está protagonizada por Leon Battista Alberti, El simposio (sí, como El Banquete platoniano, como el diálogo amoroso que están llevando a cabo nuestras protagonistas), impartiendo una lección sobre su concepción de la perspectiva que, claro, es la que asume el propio Medem y pone en escena en ese reducto habitacional en el que transcurre su película. Esta estampa del Quatrocento italiano dialogo directamente con una pintura que escenifica el Ágora griega del siglo V a.C. Así pues, hay un nada sutil hilo conductor, un diálogo ininterrumpido, a través de estos dos mil años de historia. Entre medias, la omnipresente cúpula de la Basílica de San Pedro, plano fijo que se contempla desde la terraza de la habitación, pues para algo estamos en Roma, aunque no haya ni un solo plano exterior de la ciudad, más allá de este plano panorámico de los tejados de Roma con San Pedro en lontananza. ¿Será el hiato que ha separado el contenido de ambos cuadros y la cosmovisión que ambos representan?
La mención al Ágora es todo un homenaje al amigo Amenábar, a su Hipatia, a un cine de recreación histórica con un señuelo de reivindicación feminista anacrónica e interesada que tan buenos créditos ha dado en taquilla. También es un extenso anticipo, al modo del mecanismo que utiliza Tarantino en sus películas, del próximo proyecto de Medem: ilustrar la vida y hazañas de Aspasia de Mileto, la mujer o compañera de Pericles. Aspasia es el nombre con que Alba, ingeniera mecánica, ha bautizado su último proyecto o invento: una especie de ciclomotor de última generación, ecológico y sostenible, faltaría más. ! El eterno femenino se transmite a través de los siglos. La mujer empieza a ocupar el lugar que le corresponde!
Un fresco que hay pintado en el techo del baño, una especie de recreación de la Alegoría de la primavera de Boticcelli, sirve para insertar el componente propiamente amatorio: una flecha de Cupido, en una secuencia poético-surrealista, hiere el corazón de la vulnerable Alba, tiñendo de rojo el agua de la bañera en que intenta ahogar el dolor por la inminente separación.
Finalmente, una estatuilla de la “Venus de Milo” estratégicamente ubicada y blandida por las protagonistas continúa aportando materia artística, referente cultural.
El carácter de entramado escenográfico que adquiere la habitación viene remarcado por el nombre del hotel: “Pompeio”, levantado sobre las ruinas del antiguo teatro “Pompeio” de la Roma imperial. Pues el director de Lucía y el sexo tiene meridianamente claro la tarea que se ha encomendado: subvertir desde dentro de la propia representación los elementos sobre los que ésta se sustenta. Tal subversión se convierte en un mero ejercicio caligráfico de egolatría autoral, de ostentación de sapiencia cinematográfica invasiva del relato, del guión que deviene en un simple MacGuffin por cuyos vericuetos deambula la cámara-mirada del director.
La materia argumental, la sustancia de los personajes y su construcción dramática son clamorosamente descuidados por Medem. La concentración espacial y la reducción temporal le obligan a una condensación en la enunciación y en la historia de la que deberían brotar los destellos poéticos que se persiguen. Sin embargo, el diálogo que se genera entre los cuerpos desnudos deviene ramplón y simplón, entrecortado, confeccionado más que con un sutil hilvanado, con hachazos narrativos.
Si la desnudez corporal debiera ser una muestra de sinceridad y de hondura afectiva, de entrega absoluta, los personajes tejen alrededor de sus juegos eróticos toda una red de mentiras o de medias verdades a fin de preservar su corazón de un posible dolor, preservación que resulta contradictoria con la situación diseñada. Llegados a este punto de despojamiento externo, ¿qué sentido tiene vestir sus sentimientos con falsedades? Obviamente, Medem persigue que la acción y el paulatino abandono emocional limen los parapetos sentimentales, el miedo al dolor provocado por el fantasma del amor, porque de un amor imposible se trata debido a la negación de romper amarras con el mundo exterior por parte de las protagonistas, al menos de una de ellas. Las historias que mutuamente se narran son rocambolescas, bizantinas, en un intento de estar a la altura del juego de espejos que la puesta en escena desarrolla. De acuerdo, pues, todo es representación, mentira y manipulación. Puestas así las cosas, se recurre a los orgasmos para alcanzar un clímax corporal que no discurre en paralelo con el clímax emocional, aunque tal sea la intención del director. Cuando el guión se atasca, el encuentro sexual ha de surtir un efecto desatascador.
Finalmente, se llega al meollo anímico de ambas mujeres: comparten una experiencia dolorosa, pretendidamente trágica (en el caso de Natascha roza el ridículo el tratamiento que se le da a los abusos sexuales paternos: origen de su sexualidad como mirona, ergo, motivo de placer, ahí es poco). Alba parece una nueva Sherezade contando historias de Las mil y una noches. Su quiebra emocional nos es mostrada mediante una filmación de móvil, en una especie de relato enmarcado actualizado por las nuevas tecnologías. Este breve cuento es protagonizado por Nawja Nimri, en euskera: peaje ideológico, seña de identidad medemniana.
Pero es en el movimiento de la cámara, en el propio discurso y enunciación de las imágenes, donde Medem explota sin ningún recato su satisfecha autoría. La película empieza y acaba con un largo plano secuencia que es toda una declaración de principios: la habitación es el panóptico que la cámara mostrará, el bisturí con el que intentará diseccionar emocionalmente a sus personajes. Nos mostrará sus cuerpos, pero poco más, pues la técnica sin más sólo es un instrumento, un mecanismo, pero no un fin en sí mismo.
Pero es en el movimiento de la cámara, en el propio discurso y enunciación de las imágenes, donde Medem explota sin ningún recato su satisfecha autoría. La película empieza y acaba con un largo plano secuencia que es toda una declaración de principios: la habitación es el panóptico que la cámara mostrará, el bisturí con el que intentará diseccionar emocionalmente a sus personajes. Nos mostrará sus cuerpos, pero poco más, pues la técnica sin más sólo es un instrumento, un mecanismo, pero no un fin en sí mismo.
El primer acto sexual es narrado desde una perspectiva imposible: desde dentro del cuadro protagonizado por Alberti que se encuentra encima de la cabecera de la cama. Para justificar esta imposibilidad (no estamos ante una película de ciencia ficción), Medem se ampara en el panoptismo generalizado y extendido a través de las nuevas tecnologías, a través de las imágenes captadas por los satélites y que el ordenador de Alba (verdadera ventana al exterior, más que la propia terraza del hotel) introduce en el espacio cerrado, al mismo tiempo que sirve para tanto para argüir sus mentiras como para desvelarlas.
Los únicos vestigios de esta noche de amor fou y catártico serán los que almacene ese ojo omnisciente y ubicuo. Allí se almacenará el secreto de una historia, un remedo de adulterio sin matrimonio (convencional), para consuelo y souvenir de las protagonistas.
Para finalizar, señalar la banda sonora de la película. La música ocupa un importante lugar, pues debe rellenar emocionalmente la falta de emoción que transmiten las imágenes; más que subrayar, raya directamente e irradia calidez: la canción de Russian Red se constituye en un ritornello, en un leitmotiv edulcorante, tan pegadiza y atrayente como superficial, pero cumple su función. Lo mismo la música de Jocelyn Pook, a mitad camino entre el ritmo del tango, de la música tradicional rusa y de ciertas arias operísticas. No falta tampoco una secuencia de karaoke desaforado, muestra del inicio de la complicidad y de la expansión afectiva, así como una secuencia de ducha donde las protagonistas entonan a dúo, para mostrar su goce y alegría el “Volare, uoouoo, caaantaaareeee…”.
Como decía Cesar Vallejo “En fin, simplificado el corazón,/pienso en tu sexo”. Una lástima y un derroche: por la ausencia de sentimiento que la película y el espectador requería y por el exceso de manierismo ornamental con que se cubre tal ausencia.
Leo complacida esta buenisima crítica: desmontaje perfecto para entender la película, sus diferentes formas de expresión, significado. Pero algo no me queda claro. ¿cómo es posible que el crítico que pone en evidencia lo insulso del filne le de un dos sobre cinco? Vuelvo a leer la crítica. No encuentro nada que afirme tal generosa calificación.
ResponderEliminarEl crítico le dio un 2 porque comparte cierto espíritu esteticista; porque es varón y heterosexual; porque considera que la idea y su puesta en escena es válida, pero el resultado defectuoso. Porque las actrices, en especial elena anaya, se parten la cara por dotar de vida a sus personajes mal trazados. Porque en el pecado está la penitencia y porque como dice Peri Rossi, Cristina: "soy un animal contradictorio/y ni siquiera en eso soy original".
ResponderEliminarSoy mujer y comparto muchos sentimientos con los personajes de esta película. ¿quién dice que está ausente de sentimientos? Es sensible y lo entiendo así porque soy mujer, es bella, histórica, con unos efectos tremendamente trabajados jugando con ambiguedades, en resumen espectacular. No me importa volver a verla de nuevo. Sencillamente los chicos al igual que pasó con la peli de los cawboys que tanta cr´tica tuvo no sabeis ver lo frágil que hay detrás de todo.
ResponderEliminarMedem siempre fue bastante cursi. Algo que está por encima de quien vea sus películas. Lo que no entiendo es el comentario (¿del propio crítico?) en el que se afirma que se le dio un 2 por ser varon, heterosexual. ¿Se dice porque existen desnudos femeninos? Pues si, que tendrá que ver eso para dar un 1, 2 o 5 a un filme. Si es por eso, cualquier filme con desnudos merecería, por si mismo, aumentar la calificación. Si no quiere decir eso, no entiendo nada
ResponderEliminarUna vez un fotografo experto en tomar jovencitas desnundas, en actitudes cariñosas en "flou". Lo que a algunos les parecía el colmo de la sensibilidad. Se trata de david hamilton. También le dió por realizar películas vaporas como Bilitis o Tiernas primas... Medem no va mucho más lejos de la (falsa) sensibilidad de aquel (falso) director de cine
ResponderEliminarAquella película de los cawboys a las que se refiere un comentario, debe esa cosa engañosa de Ang Lee. Ejemplo de como no tratar seriamente una relación homosexual. Acaramelada en su fotografía, pequeñita en su historia demostraba que Lee se quedaba en los tópicos sobre el tema. Era una tontada de película, engañosa, lo que es peor. Si se piensa en El Zurdo de Penn se entenderían mejor las cosas.
ResponderEliminarRelamida, pedante, intelectualoide, cursi.... Medem ¿dónde vas?
ResponderEliminarEl crítico solicita que se lea bien la crítica y que no se utilicen sus propios argumentos para rebatir su propia crítica. El crítico expone que la pulsión sexual en la pantalla es difícil de conseguir, que los cuerpos son los recipientes que la contienen pero no son suficientes por sí mismos. La pulsión escópica-voyeurista a través de la exhibición corporal existe, aunque algunos integristamente lo consideren una parafilia, que existir, existen.Al crítico le gusto la exhibición de los cuerpos masculinos en "la ley del deseo", de AlmodóvAR, AUNQUE TAMBIÉN LA CONSIDERA FALLIDA. Está claro que "habitación en Roma" no es ni "El imperio de los sentidos" ni "El diablo en la señorita Jones". ¿Se habrá vuelto a poner de moda el erotismo setentero clasificado como "S"?
ResponderEliminarUna mujer comenta en este foro que como mujer comparte los sentimientos de los personajes de esta película. Serás tú, rica. Como lesbiana siendo indignación comprobando como Medem nos toma como carne para deleite del macho. Medem no sabe lo que es, ni siente, una mujer. En esta película nos explota.
ResponderEliminarMe encuentro confundido como varón, heterosexual. Simple espectador de cine, por tanto no crítico de profesión, si es que eso existe. ¿Por qué? Me acaban de pasar una película curiosa, pero floja, lo cuál, según el baremos de notas que aquí poneis, no iría más alla del uno o del dos, pero sale Eva Mendes, explosiva, en una escena calentorra... Por eso pienso que la nota se le puede subir a lo más alto. Al menos da mil vueltas a las dos protagonistas del bodrio de Medem.
ResponderEliminarYo, como zoofílico considero que Medem no ha hecho nada bueno desde Vacas.
ResponderEliminarAlan Smithee
¡Ei, felicidades! Sale Ud. en Cultureta Watch citado como "un ejercicio de pedantería extrema". Es un calificativo infrecuente incluso para las cotas de gafapastismo vistas en esa web:
ResponderEliminarhttp://culturetawatch.blogspot.com/2010/05/critica-de-habitacion-en-roma.html
Creo que es una crítica perfecta. Si se considera pedante, mejor. Así se adapta a lo que es película: un tratado de máximo pedanteria.
ResponderEliminarPara algunos que serpentean por la senda de Internet, con sus fotos o comentarios acertados o vanos, algunos repletos de faltas de ortografia, seguro que no conocen a Don Ramón María del Valle-Inclán. Si se toparan con sus escritos los considerarían pedantes. Consuencuenta a lo mejor con la cultureta que nos invade, con la invención de palabras saltandonos el diccionacío de la RAL. Inventando palabrejas como esa de gafapastimo. ¿cuál es el futuro que nos espera en cuanto al lenguaje -su sabia utilización- de las palabras? ¿Escribir mal o escribir bien? Conocer la utilización de los nombres, de los adjetivos. Musicalidad en los textos. Eso seguro, incluso escribir sin faltas ortográficas, es una naderia nada importante o una pedanteria. Aquella llamada de los jovenes reclamando la imaginación al poder parece que está siendo sustituida por la incultura al poder. Triste realidad.
ResponderEliminar¿Por qué a veces se confunde escribir bien, con pedanteria? ¿Por qué algunos, que inundan la web con faltas de ortografía, parecen ser los despositarios de la cultura? ¿De qué cultura?
ResponderEliminarEl anónimo se ha lucido con su ortografía, y la ha citado al menos dos veces. A saber: saltándonos, diccionario, "gafapastismo", nadería, pedantería, jóvenes (los acentos los he puesto yo, él no). Apurando, hasta estaría mejor nombrar a la RAE.
ResponderEliminarEvidentemente. El anónimo quiso poner un ejemplo de la estupenda (o estúpida) ortografia que a veces esiste en la red (¿contasté las faltas ortográficas que, a proposito, dejo caer aquí mismito?) Pues no te digo nada las que aparecen en los foros, en los comentarios... Date un paseo por ellos, please. Que sepa quién marca, de momento, las normas, el significado de las palabras, es la RAE, claro a no ser que un blog o unos no pedantes creen su personal academia
ResponderEliminarBueno, acabo de ver la película. Estoy totalmente de acuerdo con la crítica que has hecho. Según avanzaba la pelicula, mi asombro se hacía mayor. Que torpeza más torpe... enfin... otro que no se ha enterao de ná...
ResponderEliminarFdo.: una mujer (heterosexual para los que necesite de ese dato)
Acabo de ver la película y para nada estoy de acuerdo con la crítica, encuentro la película estremadamente interesante, creo que el crítico es, por así decirlo, un amante de la "meta-tranca", la palabrería, perdón, pero es lo que me trasmites
ResponderEliminarEscreveu demais, tentou verbalizar demais algo que nao se verbaliza. É apenas um filme de amor, muito lindo. Acho que a autor desta crítica é por demais técnico. Um filme se deve ver com o coração e a alma. Eu gostei e recomendo. A propósito Juan Ramón Gabriel, vá escrever sobre contabilidade, talvez nisso você dê vazão a sua acidez e falta de emoção.
ResponderEliminarUna preciosa película de amor, y sí, ciertamente muy femenina y yo también como mujer me siento identificadísima -mujer heterosexual-, y esto lo aclaro porque ya he visto un coment por ahí de una indignada que dice que le han tratado como carne en esta película.
ResponderEliminarVenga... ¿A donde vaís con tantos prejuicios?
Son solo personas, con sus cuerpos, sus historias, sus sentimientos.
Medem es un romántico, y tiene sensibilidad para la belleza de lo simple, está bastante por encima de la mentalidad media medieval española que se aprecia perfectamente en estos foros de crítica.