Crítica de Nanga Parbat - Segundo acercamiento - Festival de Cine Alemán
De montañas y hombres 1 2 3 4 5
Escribe Carlos Losada
El Nanga Parbat que da título a esta interesante, documentada, y a veces intimista, película de Joseph Vilsmaier, es uno de los ocho miles de la cordillera del Himalaya, situada en Pakistán, en el Punjab, más difíciles de escalar de todos. Deberíamos decir el más, teniendo en cuenta las muertes que ha ocasionado a los que intentaron coronar su cima, de ahí que se la conozca entre los alpinistas como “la montaña asesina”. Este film podemos decir que lo demuestra, con una de esas muertes que se producen en el descenso, por el riesgo que han corrido los hermanos Messner al efectuar la ascensión sin la más que necesaria preparación para el descenso, pues querían cuanto antes llegar a los ocho mil ciento veinticinco metros, hazaña que efectuaron en 1.970.
Rodada por Vilsmaier con minuciosidad, y consciencia, -recuérdese su Stalingrado, de 1993- ofreciendo todos los lados de la montaña, su belleza, su peligro, su impresionante desafío que supone para los humanos, y a la vez dándonos la perspectiva humana de cómo es y se organiza una expedición para acometer la hazaña de llegar a la cima, sobre todo a través de la pared Rupal, de cuatro mil cuatrocientos ochenta y dos metros, la más larga del mundo. Para todo eso ha contado con un excelente equipo de rodaje, siendo el mismo Joseph Vilsmaier su director de la fotografía –a veces hay que decir que se recrea en exceso, ralentizando un poco la acción-, y con un grupo de actores que todos interpretan sus papeles con indudable entrega y convicción.
Para entender bien la actitud de los hermanos Messner –el mayor, Reinhold Messner, fue el primero en coronar los 14 ocho miles-, se bucea en su infancia y en sus relaciones familiares, lo que nos da la sensación de que obran así, en el Nanga Parbat, porque es su forma, tanto de protegerse, como de enfrentarse al resto de la expedición, y hasta las decisiones que deben tomar. Por eso Reinhold protege a Günter, el menor y que falleció en el descenso, no encontrándose su cuerpo hasta el 2.005, frente a sí mismo y los demás, como hacía cuando eran niños y se enfrentaban al pastor de la iglesia, que criticaba sus travesuras para ser los primeros en todo, sobre escalando las tapias del cementerio por su lado casi vertical.
De este poso, nació la atracción por las montañas, por llevar a cabo acciones tenidas por imposibles, pero que les suponían reconocimiento, sobre todo ante sí mismos, y una satisfacción que emocionalmente no se puede contabilizar. Cuando se incorporan a la expedición al Nanga Parbat, su madre pide a Reinhold que proteja a Günter. Hay en estas relaciones, y con los miembros de la expedición, un sentido de la sensibilidad y de las posibilidades de cada uno, que aumentan nuestra perspectiva sobre ellos.
Nuestra perspectiva es comprender su dedicación al alpinismo, al tiempo que entender su posición humana. De niños nos han emocionado las hazañas de hombres y mujeres que se dedicaban a algo más que la cotidianidad de los hechos. De ahí la vívida y sentida impresión que me produjo la llegada del primer hombre a la cima del Everest, el más elevado del mundo, que fueron Sir Edmund Hilary y el serpa Tensing Norgay; y hoy día nos impactan las hazañas de Edurne Pasaban. De ahí el encanto de la ascensión a las grandes cumbre, y cuando es una como el Nanga Parbat, se incrementa, dadas las dificultades que acompañan.
Al ver las imágenes de Nanga Parbat, su lugar, sus alrededores, sus campamentos bases, sus gentes –aquellos lugareños de los setenta que ayudaban al extranjero lo justo y necesario, en medio de su proverbial pobreza y precarias condiciones de vida, pegadas a lo que sucesivamente les ofreciesen las estaciones-, nos atenaza el sentido de encontrarnos ante los retos de la propia naturaleza; retos que están, de alguna manera, a nuestro alcance, y que nos hacen mentalizarnos para acometer tales tareas, que sin ser de capital importancia para el diario acontecer sí son fundamentales para nuestra mente y nuestro corazón, para que las emociones tengan una visibilidad que a veces ocultamos por temor a lo que digan los demás.
Películas como Nanga Parbat son necesarias para nuestro equilibrio interno y externo, para mejor comprender a los demás; incluso para darle más sentido a nuestra existencia, porque los actos de los otros, también son para compartirlos y disfrutarlos, para que nos enriquezcan y nos ayuden. Está claro que los setenta y un años de Joseph Vilsmaier están inscritos en su fecha de nacimiento, pero no en su mente y en su sentido de la vida, en sus reacciones y su entendimiento de los demás, pues se comporta como un joven inquieto y ansioso de conocimientos, esos que siempre desea saber más para sentirse aún más joven y sensato. Aplaudimos y compartimos esa filosofía, y agradecemos que haya rodado esta película para mejor entendimiento de todos. A pesar de su excesiva duración, se disfruta y se siente. Y al final termina por emocionarnos, y eso es lo menos que se puede pedir al cine.
Personalmente a mi me encanto, me pareció una excelente producción una muy buena película.
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