Crítica La Pivellina

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Escribe Gabriela Mársico

La Pivellina


A Patty (Patrizia Gerardi) se le escapó Hércules, el perro. Ella lo busca, lo llama por su nombre, pero el perro no viene. La cámara en mano sigue los pasos de Patty (casi respirándole en la nuca) y no sólo registra la búsqueda del escurridizo perro, sino además, el encuentro fortuito de Aia (Asia Grippa) una niña de dos años, la tal Pivellina, abandonada sobre la hamaca de un parque con una nota escrita por su madre que dice que pronto vendrá a buscarla…

Así comienza La Pivellina última realización de la dupla ítalo–austríaca Covi Frimmel (That´s all y Babooska) que se presentó en el último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires BAFICI 2010, y que acaba de estrenarse en la Argentina, ganadora además del Festival de Cannes 2009 en la categoría de mejor película de Cine Europeo en la sección Una cierta mirada.


Caminando por el lado salvaje

Esta historia simple, despojada y luminosa, aunque siempre esté nublado y nunca salga el sol, transcurre en uno de los tantos suburbios de Roma, la otra cara desconocida de esa misma Italia berlusconiana: opulenta, poderosa y con un glam tan brillante como cegador, tanto que no permite echar un vistazo sobre esa otra parte enlodada, salvaje y desconocida hasta para los mismos italianos.

El filme nos muestra la rutina diaria de una pareja circense: Patty, y Walter (Walter Saabel) que junto con Tairo (Tairo Caroli) un adolescente abandonado tanto en la ficción como en la vida real, conforman una familia nómada y poco convencional cuyos miembros viven en uno de los trailers del parque, y montan esporádicamente un espectáculo para el que Walter se pinta la cara, y se prepara para abrir el show junto a Patty lanzándole cuchillos que Patty, como no podía ser de otra manera, esquiva naturalmente con mucha cintura... Como es de esperar, los espectadores, claro, nunca llegan… Y así transcurren sus días, entre la preparación de los números circenses, y ahora el cuidado de la pivellina hasta la improbable llegada de su mamá...

Covi y Frimmel escribieron un guión de treinta páginas para contarnos esta historia, apoyada en la maravillosa presencia física de sus actores no profesionales, y en la poderosa personalidad de Patricia Gerardi, que luce una cabellera tan fulgurante como su propio espíritu. Antes de rodar las escenas, se marcaron ciertas pautas para que los actores pudieran improvisar. Y así es como surgieron esos memorables momentos entre los que se destaca el de Walter y Tairo, en el que el curtido ex–combatiente alemán le enseña al adolescente, de manera juguetona y en tono zumbón, primero a tomar distancia frente a un rival, y luego a atacar y a defenderse en una lucha mano a mano con un oponente imaginario.


La bocca del luppo

La ausencia de artificio, planificación, y manipulación de materiales de todo tipo, incluso la falta de una banda sonora convierten a La Pivellina en un fresco de la vida de estos seres marginados y marginales que deambulan por la vida al ritmo de su propio tambor.

Y en este sentido el filme La Pivellina se inscribe dentro de ese nuevo cine italiano como por ejemplo es La bocca del lupo, su pariente más cercano, en donde las fronteras de género (documental y ficción) se borran, para narrar un puro presente cosido con los pedazos de vida de sus verdaderos protagonistas de carne y hueso, que tienen voluntad propia y autodeterminación, incluso y sobre todo, dentro del universo del filme.
En La bocca del lupo, Marcello rescata a Enzo, un ex–convicto, y a Mary, su pareja travesti, de las recónditas calles de una Génova fantasmal y sórdida, y los pone de pie (aunque siempre aparezcan sentados) frente a la cámara para que ellos mismos narren sus historias de vida. En palabras del director Pietro Marcello: "he narrado el presente que me rodea".

Y así transcurre La Pivellina, entre la cotidianeidad de las rutinas diarias, como dormir, comer o trabajar, hasta la celebración de una supuesta despedida: la de la Aia... La historia se desenvuelve en tiempo real a la espera de algo que nunca pareciera llegar: espectadores para el circo, o madre para la pivellina.
Y es en esa espera, en ese universo hecho de pura duración, el tiempo real de las cosas, lo que le sucede a los personajes, el punto en el que comprobamos con resignación o tristeza, la voracidad del tiempo, lo fugaz del instante, que deviene pasado en cuanto se agota como presente, porque en definitiva, lo que nos devora es el pasado, no el presente...


Alemania, año cero

Si bien el filme tiene cierto toque del mejor cine neorrealista, y hasta algunos críticos se han atrevido a llamarlo cine neo–neorrealista, esta nueva tendencia no busca el impacto emocional en el espectador al recrear una realidad, simplemente porque no la recrea sino que la muestra, yendo más allá del plano estrictamente efectista o sentimental. Porque si hay algo que el filme logra, además de mostrarnos una realidad ineludible, pero siempre velada, es revelarnos la esencia más pura de esos personajes, que al sernos revelada, como en un espejo, nos lleva a descubrir la nuestra. Nuestra más pura esencia...


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