Crítica Splice

Experimento hormonal  2  3  4  5 

Escribe Ángel Vallejo




¿Qué puede haberle pasado a uno de los más prometedores realizadores de cine fantástico para que pase de hacer obras sugerentes a refritos poco alimenticios? ¿Acaso el vértigo del reconocimiento? Con Cube, aquella magnífica obra menor tan deliciosamente construida en su simpleza geométrica, descubrimos el talento de Natali y contuvimos el aliento ante la posibilidad de que se tratase de la flor de un día… una opera prima que resultara tan sugerente por haber sido madurada durante años en la mente de su creador, pero que hubiese terminado por estropear la barrica donde no pudiera luego concebirse otro buen caldo. Con Cypher, un original thriller sobre espionaje industrial, pareció disiparse ese temor. Toda vez que debiéramos reconocer que la apertura al gran público hizo mella en el atrevimiento del canadiense, su estilismo preciso y su pulcritud formal seguían allí, junto con la inquietante atmósfera de su escenografía. Como para dar un aviso de que ésta no era una marca de estilo, prescindió de la misma en Nothing, un curioso largo donde los personajes se mueven en un plató en blanco durante gran parte del metraje, con la única compañía de un diálogo en ocasiones banal que no hace justicia a la arriesgada propuesta.

Pero la frescura parece haberse agotado en Splice, una suerte de descuidado collage entre Alien, Mimic y Species que no siempre logra recoger lo mejor de tan heterogéneo trío. Evocaciones fílmicas aparte, la película quiere sustentarse sobre la relación de una pareja de científicos que comparten algo más que trabajo, distribuyendo su tiempo entre la investigación sobre nuevas terapias genéticas y el retozo juvenil sin compromisos serios del aquí te pillo aquí te mato. Es en la ruptura del delicado equilibrio entre estos dos ámbitos donde Natali ata el nudo de la película, pero lo hace de un modo tan burdo, que corre el riesgo de soltarse dando al traste con todo el proyecto; la cosa es como sigue: Cuando la Madre Naturaleza decide que la mujer protagonista está en época de crianza, obnubila su mente racional (aquella que se ocupaba en este caso de desarrollar fármacos) y le exige pasar del retozo juvenil a la maternidad responsable. No hay medias tintas. En el caso del varón, dada su carga testosterónica, es inevitable que siga retozando con todo bicho viviente, con lo que dificulta sobremanera las ansias maternas de aquélla. Tampoco hay medias tintas. Embrollados como están en líos hormonales de una u otra índole, los protagonistas descuidan el objetivo del experimento y causan serios problemas ¿Es esto una reflexión seria sobre la condición humana? Algunos pensamos que no, toda vez que Natali juegue precisamente con la dialéctica humano/animal para dar coherencia al relato… lo caricaturesco de algunas situaciones, la simpleza de las reacciones de los protagonistas y un desarrollo de acontecimientos demasiadas veces vistos, no dejan lugar a la condescendencia: Splice es un producto olvidable, demasiado pendiente de provocar al espectador con supuestos dilemas morales que sin embargo, rápidamente se diluyen en lo inverosímil de su planteamiento, no tanto porque se hable de situaciones fantásticas como porque los personajes que las llevan a cabo no resultan creíbles. En su favor puede decirse que no aburre, que el bicho protagonista tiene cierto encanto y que la falta de escrúpulos de algunos científicos (o más bien, empresarios) ha sido puesta de manifiesto de un modo socarrón pero completamente confiable. Esto, a diferencia del resto de la película, parece ser lo mejor documentado de todo.

Esperemos que Natali, en cuyas manos se halla la responsabilidad de alumbrar el clásico cyberpunk por excelencia (Neuromante), recupere el pulso y se aleje de los discursos morales de baratillo; está visto que no le salen muy bien.




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